Pablo dijo adiós y no pasó nada

El legendario rejoneador navarro cortó una oreja cariñosa en su despedida de Sevilla

 Juan Ortega y Pablo Aguado fueron víctimas del pobre juego de los toros de Matilla

La tercera de la Feria de San Miguel en imágenes

La tercera de la Feria de San Miguel en imágenes
Hermoso de mendoza con su trofeo en la Feria de San Miguel / Juan Carlos Vázquez Osuna

Marcaba el reloj de la plaza las nueve menos diez de la noche y se resarció el clarinero de sus fallos lanzando a los aires del Arenal el último clarinazo de la temporada. Solemne y sostenido, mientras Pablo Aguado se disponía a enfrentarse a Clandestino, el último toro de la última corrida de la temporada. Una temporada que pasará a los anales con gruesos y brillantes caracteres, rica en salidas triunfales por el Paseo Colón y sin que se haya tenido que lamentar ningún suceso desagradable. 

Corrida con una fórmula fuera de lo común, ya que se trataba de una mixta en la que había entrado el que quizá sea el rejoneador más importante de todos los tiempos y lo hacía por un motivo tan especial como era su despedida de Sevilla. Pablo Hermoso de Mendoza, navarro de pura cepa, ha liderado el escalafón de los centauros durante treinta años, debutó en Sevilla el 30 de abril de 1995 en una matinal de rejoneo alternando con Rafael Peralta, Antonio Ignacio Vargas, Luis Valdenebro, Javier Buendía y Ginés Cartagena, cortando una oreja a un toro de Luis Albarrán. Pero su cumbre sevillana se produjo cuatro años después cortándole el rabo a un toro de Bohórquez.

Y ayer se despedía de Sevilla, veintinueve años después de su debut. Pablo no pudo redondear la tarde por su mal uso del rejón de muerte en su primero, un codicioso toro de El Capea. Su recital con los bellísimos Nómada, Ilusión y Berlín se vieron eclipsados por la suerte suprema. Sí, aunque se tratase de un trofeo cariñoso, su labor con Nairobi y con Berlín se vieron refrendadas con el certero rejonazo que llevó a José Luque a concederle una oreja con toda la emotividad que encierra el adiós de un rejoneador tan importante.

Lo poco que proliferan estas mixtas hizo que el curso del festejo fuera anormal. Se pasaba del correteo de caballos y sus huellas para que la lidia ordinaria (así se calificaba cuando estos festejos eran habituales) tuviese que esperar un acondicionamiento del ruedo mucho más laborioso, de ahí que la corrida no alcanzó nunca el ritmo adecuado. Bueno, tras el acondicionamiento surgió lo mejor de la tarde y también de muchas tardes, el monumento al toreo de capa que dos especialistas nos brindaron.

Cumbre indiscutible de la tarde con Terremoto, un toro negro mulato, serio y bien hecho, de colaborador esencial. Fue recibido con todos los honores por el capote de Juan Ortega. Fue un ramillete de verónicas de tiempo parado a un toro mecido, casi acunado, hasta donde da la cadera. Revoloteando por la vertical del Baratillo los espíritus de Cagancho y de Curro Puya. Fragua trianera en perfecto mano a mano con el duende. Y volvió al toro Juan para que le aflorase Sevilla en unas chicuelinas que bien pudo haber firmado el genio de la Alameda o, sin ir tan lejos, Paco Camino. Seguidamente, Pablo Aguado también se acordó de Chicuelo y por la plaza corrió el runrún de que la rivalidad estaba servida. Con la espada y la muleta, Juan parió ocho o diez carteles de toros, pero Terremoto no estaba por la labor y aquí sí tuvo un error; fue el de insistir más de lo debido. Con su segundo volvió a caer en ese error de la insistencia y el voluntarismo. Si me lo permite usted, matador, un torero de su clase no debe dar opción a que desde el tendido salga la voz de ¡mátalo! y a usted se lo gritó uno del 11 cuando intentaba sacar agua de ese pozo seco que fue Veraneante, otra acémila de las que envió Matilla a la Maestranza. Además, torero, qué le vio usted para brindárselo a Sevilla, por Dios bendito.

También fue Pablo Aguado otra víctima de la mala corrida de toros que nos vino de Salamanca en una feria sevillana sin un solo toro del campo andaluz. Recibió a su primero con unas verónicas marca de la casa y, como anteriormente había hecho Ortega, le brindó a Pablo Hermoso de Mendoza la muerte del otro Veraneante que entró en la corrida. Dos tocayos que no dieron opción de triunfo. La ilusión que nos entró en vena por la vía de los lances de Pablo se fue al traste después de una serie de redondos con esa naturalidad y sentido del temple que este torero trae de fábrica. El toro se paró de improviso y aquello tocó a su fin mediante media estocada de efecto fulminante.

Quedaba en toriles Clandestino para mostrar bravura en el caballo tras haber toreado Pablo para el toro en unos lances sobre las piernas que remató en la boca de riego. Fue muy de agradecer la suerte de varas que realizó Salvador Núñez y muy ovacionado el último clarinazo del curso, pero ahí se acabaron los gozos, pues el morlaco dijo ya no embisto más en clara intención de comportarse como sus hermanos. Era esta última corrida del año un festejo que ilusionaba desde el principio, que se desinfló con la ausencia de Morante y que volvió a tomar aire con que fuese Pablo Aguado el sustituto. Pero el hombre propone y el toro descompone como descompuso una tarde tan esperada los dichosos toros de los hermanos García Jiménez, Matilla en el mundo.

Real Maestranza de Sevilla

Ganadería: Dos toros para rejones de El Capea muy encastados y cuatro para lidia a pie de Hermanos García Jiménez, bien presentados y flojos de casta y de fuerzas. REJONEADOR: Pablo Hermoso de Mendoza, palmas y una oreja.

Toreros: Juan Ortega, de tabaco y oro, ovación y saludos en ambos. Pablo Aguado, de turquesa y oro, silencio y ovación y saludos.

Cuadrillas: Saludaron en banderillas Juan Sierra y Francisco Javier Sánchez Araújo; destacaron a caballo Manuel Quinta.         

Incidencias: Tercera y última corrida de la Feria de San Miguel y la plaza se llenó en tarde veraniega.  

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