En la resaca morantista...
EL REPASO
La puerta grande del genio de La Puebla, de alguna forma, sirve para cerrar el primer cuarto del siglo XXI en clave taurina
Pentecostés taurino en la plaza de Las Ventas
Morante es el referente

La tarde ya está en la historia. Y crecerá con el tiempo… Morante reventó las costuras de la plaza de Las Ventas en el confín de una isidrada que no será olvidable, precisamente, por el impresionante compromiso del matador cigarrero –y un par de faenas de toreros fuera de catálogo que querríamos ver en las ferias- que ha coronado su magisterio, su definitiva trascendencia con esa tarde del Domingo de Pentecostés que ya forma parte de los mejores anales del toreo.
Lo escribíamos en caliente, mientras el genio se asomaba a los balcones del hotel Wellington abrigado con un batín azul. Azul se antojaba la montera de morillas rizadas y hasta la castañeta; azul era también, recamado en azabaches, el vestido triturado por los aficionados en el impresionante paseo a hombros, rodeado de una inmensa muchedumbre, que colapsó la calle de Alcalá con aire de otra época.
Tuvieron que bajarlo en Manuel Becerra ante la negativa policial de cortar el tráfico. En realidad debían haberlo llevado a las puertas de cierto ministerio para enseñar la fuerza de la mejor cultura, la que nace del pueblo. Centenares de aficionados llegaron a congregarse a las puertas del hotel de los toreros para recibir la bendición, como un papa apócrifo y dionisíaco, que había ensanchado el abismo con el resto de la torería abriendo un inquietante vacío que plantea demasiadas preguntas.
Un punto de inflexión
Más allá del triunfo, de la procesión pagana y hasta de la bendición del papa del toreo, se encontraban algunos significados, motivos para la reflexión... Morante estaba echando el candado, de alguna forma, al primer cuarto del siglo XXI en clave taurina, de la misma forma que 2025 –si volvemos a hacer caso a Ortega y Gasset- está marcando el agotamiento irreversible de una sociedad y una clase política que pasará a la peor historia de nuestro país.
Podríamos trazar otros paralelismos con el momento sociopolítico. Quizá no es el caso pero sí lo es para constatar que la revelación morantista –en el periodo creador más fecundo de su vida artística, iniciado tras la pandemia- evidencia el agotamiento de un escalafón avejentado, la derrota de un negocio cortoplacista y la imperiosa necesidad de aire fresco.
Pero el diestro de La Puebla, rebasando de largo el cuarto de siglo de alternativa, se escapa de cualquier componenda convirtiendo en vanguardia un enciclopédico concepto del toreo que quedaría en un mero tratado arqueológico sin un binomio infalible: el sentido de la expresión –su más genuina faceta creadora- enhebrado al tremendo y sobrio valor que le hace pasarse los toros más cerca que todo el escalafón.
La reflexión sirve para recordar a otro genio que marcó una época a su manera. Hablamos de Manuel Benítez, el gran Cordobés. En la primavera de 2014, con 78 años a la espalda, se anunció en un festival organizado en el Coso de los Califas de Córdoba a beneficio de la Asociación Española contra el Cáncer. El ciclón de Palma del Río enseñó su grandeza; borró del mapa a sus jóvenes compañeros de terna –incluido su hijo Julio- gracias a su carisma, el sentido del temple, su contrastada personalidad y… su impresionante valor. Benítez se reunió de verdad con aquel toro que Justo Hernández, a pesar de su fuerte presencia, había insistido en embarcar en aquella tarde que también ha quedado instalada en la memoria del toreo por encima de demasiada hojarasca. El recuerdo sirve para señalar la única vía por la que siempre transitaron los grandes: el compromiso y la reunión con el animal.
El triunfo de la juventud
La epifanía morantista nos brinda otras lecturas pero, sobre todo, abre una ancha puerta a la esperanza. La chavalería que invadió el inmenso ruedo venteño para sacarlo a hombros en el crepúsculo de la tarde madrileña no era ningún reducto casposo. Eran jóvenes de hoy; con los gustos de hoy que convierten el milagro del toreo en una manifestación profundamente actual, en un verdadero ejercicio de vanguardia en estos tiempos de cancelaciones y dictaduras ideológicas que empiezan a dar la vuelta.
Fueron ellos, inmortalizando al gran artista con las pantallas de sus móviles, los que dieron definitivo sentido a una estampa repetida en la mejor historia del toreo: lo héroes a hombros de la muchedumbre sin atender a componendas ni sumas ridículas. La memoria histórica recordaba otras apoteosis similares y las fechas coincidentes evocaban la coronación de Camino en su encerrona del 70; los siete toros de Martínez de Gallito… Morante de la Puebla, el domingo de Pentecostés, marcó a fuego la temporada, su propia vida, un cuarto de siglo de toreo…
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