El toro blanco... de Morante
EL REPASO
El diestro de La Puebla concluirá la temporada el próximo 12 de octubre haciendo un histórico doblete en la plaza de Las Ventas que incluye su particular homenaje a la memoria de Antoñete
Morante: Antoñete merece un monumento porque su toreo es monumental
¿Adiós a los puros en los toros?
La campaña taurina ya está vencida. Las últimas ferias de la vendimia ponen el punto final a un intenso año de toros que se ha escrito al dictado de un nombre indiscutible: el de Morante de la Puebla. No se podría contar la historia taurina de 2025 sin hablar de la intensa y extensa temporada -partida en dos por la cornada de Pontevedra- del diestro cigarrero que apura los últimos contratos de su agenda en el confín de un año histórico.
Pero el genio, que ha cumplido un fin de semana triunfal en el que tampoco se ha librado de una dura voltereta, aún tiene que pisar la plaza de Zaragoza antes de cerrar su gloriosa campaña con el trascendental doblete que le llevará a la plaza de Las Ventas el próximo 12 de octubre: vestido de corto por la mañana y de luces por la tarde.
Una estatua como tributo
La motivación es sabida: al compromiso profesional contraído en la corrida vespertina -cerrará la propia temporada madrileña despidiendo a Robleño y confirmando la alternativa de Sergio Rodríguez- se une el empeño personal para levantar una estatua que perpetúe la memoria de Antoñete en el escenario que fue, además del hogar infantil del recordado maestro, el marco de sus triunfos más resonantes y las faenas más legendarias. Ésa es la motivación del festival.
El gesto de Morante redondea una jornada para la historia en la que 46.000 almas se congregarán en el embudo venteño a doble turno al conjuro del nombre del cigarrero y la memoria del torero del mechón blanco. El cartel matinal, además, rescata una costumbre a recuperar: contar con toreros retirados que rescatan, aunque sea en un breve soplo, los modos y maneras de otro tiempo.
En ese revival cobran especial relevancia los nombres de Curro Vázquez y César Rincón, estrechamente ligados a la figura de Antoñete y a la plaza de Las Ventas, un escenario que también ha marcado las carreras del resto de los integrantes del cartel, incluyendo a Morante: el rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza, los matadores Julio Aparicio y Enrique Ponce y la joven novillera Olga Casado que aún tiene una carrera por escribir.
“Esperaremos a que termine la temporada…”
La idea era que el monumento estuviera listo para ser inaugurado en esa misma mañana, la del día del Pilar y la Fiesta Nacional de España, aunque las cosas de palacio parecen ir más despacio. El propio Morante presentó el boceto o la maqueta de la escultura en un concurrido acto celebrado el pasado 25 de septiembre en el castillete central de la plaza de Las Ventas antes de someterse a un intenso baño mediático. Llegó a admitir ante las cámaras de Canal Sur, interpelado por Jesús Bayort, que la retirada del toreo podía ser una opción que querríamos más lejana. “Esperaremos a que termine la temporada y ya veremos…”, espetó el genio.
Todo está por ver aunque costaría trabajo imaginar el circuito de las ferias sin la presencia del gran maestro de La Puebla... Pero hay que volver a la cita del 12 de octubre: la estatua presentada por Morante representa a Chenel con el capote y la montera recogidos en el brazo izquierdo y el sempiterno cigarrillo en su mano derecha. Lo está ultimando el escultor Martín Lagares. El creador de la Palma del Condado ya había colaborado con Morante en otros proyectos como los bustos de José María Manzanares padre o de Ricardo Chibanga, donados por el propio maestro cigarrero. En París se han hecho cargo de la ornamentación del basamento que sostendrá al viejo torero madrileño, fundido en bronce para la eternidad…
Un ejemplar de Osborne
Morante, fiel a su gusto por el detalle, ha redondeado el empeño escogiendo un ejemplar ensabanado, caribello y armiñado del hierro de Osborne. Se trata de evocar, casi 60 años después, la célebre faena de Atrevido, el toro blanco que forjó la leyenda de Chenel antes de que su gloriosa vuelta ochentera -en los fastos de la Movida- le convirtiera en figura del toreo.
El toro escogido se llama Presumido. En su reata confluye la sangre de Atrevida, la madre de aquel toro ensabanado, alunarado y capirote que sigue embistiendo en blanco y negro en la memoria de los viejos aficionados. Fue el 15 de mayo de 1966, festividad de San Isidro; en presencia del mismísimo Franco y el presidente de Nicaragua, un tal René Schick Gutiérrezo. El cartel lo abrió Fermín Bohórquez con un utrero de su ganadería y lo completaban el propio Chenel, Fermín Murillo y Victoriano Valencia. Todo se desataría a lo largo de la lidia de Atrevido, especialmente cuando Antoñete tomó la muleta cincelando la faena de su vida. No hubo remate con la espada; cortó una única oreja… El trasteo pertenece a la mejor historia del toreo.
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