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Carlos Navarro Antolín
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Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que el sur peninsular fue tierra de lobos. Perseguido por el hombre desde tiempo inmemorial, su legendario aullido dejó de oírse conforme el siglo XX avanzaba en comarcas que antaño gozaron de una gran tradición lobera. En la actualidad, unos cuantos ejemplares sobreviven a duras penas en las zonas más remotas que separan Andalucía de la meseta castellana, siendo su situación verdaderamente crítica. Pero la imborrable huella del lobo sigue viva en la memoria colectiva de los habitantes de las zonas rurales. Este mítico animal dejó una impronta que va más allá de su pura dimensión biológica, y su legado es aún perceptible a lo largo y ancho de nuestra tierra en forma de topónimos, leyendas, refranes, romances, supersticiones, vocablos, construcciones rurales u hondas prácticas pastoriles hoy en desuso. Todo ello es recogido en el documental Los ojos del lobo, una historia narrada por personas que convivieron con este animal, que hoy se presenta en la Fundación Cajasol.
Será a las 18:00 en la Sala Antonio Machado (Plaza de San Francisco, acceso por la calle Entrecárceles) cuando se estrene esta pieza documental de Amigos del Lobo de Sierra Morena. La proyección y el posterior coloquio contará con la presencia de Francisco Galván (Fundación Cajasol), Ezequiel Martínez (Fundación Savia, narrador del documental) y el sevillano Víctor Gutiérrez (Amigos del Lobo de Sierra Morena, director).
Los ojos del Lobo se ha rodado en distintas localizaciones de Andalucía, Extremadura y Castilla-La Mancha. Se han grabado desvencijadas construcciones ganaderas de defensa frente al lobo en Antequera, la Sierra Norte de Sevilla, el Valle de Los Pedroches, el sur de Badajoz o los montes de Andújar; vetustos chozos de pastores del Valle del Alcudia; fosos y trampas loberas de las sierras de Madrona y Grazalema; bosques históricamente ligados al lobo de la desembocadura del Guadalquivir; escudos municipales almerienses y granadinos en los cuales aparece la especie; majestuosos toponímicos como el puente romano del Lobo (El Granado); poblaciones andaluzas que deben su nombre al Canis lupus, como la almeriense Partaloa; o manifestaciones artísticas en forma de escultura como la Fuente de los Lobos de Huéneja (Granada) o la estatua del Lobo Negro de Fuente del Arco (Badajoz).
Las imágenes de lobos (filmadas en condiciones controladas) proceden del archivo de Carlos Sanz Producciones/Ramiro Freire y de las grabaciones efectuadas en el Centro de Educación Ambiental La Dehesa (Riópar).
Pero son pastores, cabreros, cazadores, guardas, naturalistas y estudiosos de la especie los auténticos ojos del lobo. Ellos transportan a través de sus palabras a tiempos pasados de romances y leyendas, de mastines y carlancas, de chozos y lobadas… de noches de tormenta en las que el lobo estaba siempre presente en todas las conversaciones al calor de una buena lumbre; toda una lección de vida, de generosidad y de sabiduría para las generaciones venideras.
Narrado por Ezequiel Martínez, este largometraje tiene un indudable interés pedagógico y educativo, pues ahonda en la necesaria coexistencia pacífica entre esta joya zoológica y el mundo rural a través de las palabras de algunos de los últimos portadores de una ancestral cultura lobiega llamada a desaparecer. Los ojos del Lobo constituye un grito desesperado en favor de la conservación de una especie clave en el equilibrio natural de los ecosistemas mediterráneos.
Cartel del audiovisual dirigido por el sevillano Víctor Gutiérrez.
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