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Andalucía

No se pongan malos

  • El cierre de habitaciones en los hospitales andaluces y los supuestos planes de refuerzo en la costa aconsejan la práctica de la medicina preventiva: eviten caer enfermos

EN los hospitales públicos andaluces, la medicina sigue funcionando muy bien en verano... pero falla casi todo lo demás. Vamos, que te curan, aunque para ello es recomendable dotarse del recogimiento de un místico sufí o de la rabia explosiva de un sindicalista del Metro. Y no se trata de las carestías de lo que comúnmente llamamos hostelería hospitalaria: el aire acondicionado en calma, la endiablada ergonomía del butacón donde el acompañante pasa la noche a los pies de la cama del enfermo o a la idoneidad de la decoración de las salas de espera de la UCI. No es eso. Al menos en verano, y es preciso subrayar este matiz -al menos en verano-, las molestias atraviesan la barrera de la incomodidad doméstica para entrar en terrenos más arriesgados.

El cierre de habitaciones, motivada porque no se sustituye a la mayor parte de los enfermeros y enfermeras de vacaciones; la acumulación de pacientes sobre los pocos médicos especialistas que quedan, y la correspondiente sobrecarga de todo ello sobre los servicios de Urgencias convierten a muchos hospitales en una suerte de camarote de los hermanos Marx, donde lo peor de todo es su proyección sobre el paciente. Que aquello es un sálvese quién pueda, que la coordinación entre los equipos se esfuma, que ningún estamento (celadores, auxiliares, enfermeros y médicos) se habla entre sí, que las quejas hacia el SAS se repiten como un mantra que aún inquietan más al usuario y que, en definitiva, la única solución es una práctica imposible de la medicina preventiva. Que en julio y en agosto no se pongan malos, por favor.

Los planes de verano del SAS obedecen a una causa real -la "frecuentación" es menor y cada año las hospitalizaciones duran menos-, pero el argumento se adoba con la siguiente milonga: como la población se desplaza hacia la costa es conveniente cerrar habitaciones, sentencia que se desploma en el litoral, donde supuestamente se concentran los andaluces en julio y agosto y donde hay unos planes de refuerzo que, realidad, no son tales. Y no son tales porque no cubren, ni de lejos, las habituales bajas por vacaciones.

En la costa granadina, por ejemplo, donde siempre hay problemas a pesar de esos supuestos refuerzos, este año irán 22 personas cuando en 2009 fueron 26: dos médicos y dos enfermeros menos. En el hospital Puerta del Mar, de Cádiz, a menos de 400 metros de la misma playa, se siguen cerrando habitaciones. Lo mismo ocurre en Málaga. Y es que, como explicó campechanamente un político gaditano a este periodista, "es que la gente no se quiere operar en agosto". Genial. Ni en enero.

¿Y este año? ¿Se ha pensado en la crisis y su repercusión en aquellos masivos desplazamientos de los años felices? Según el SAS, la clausura de camas - "reservadas" se les llama- afectará al 17,5% en la provincia de Granada y al 11,65% en Sevilla, pero los sindicatos mantienen que siempre rozan el 20%. En Córdoba, provincia interior, se van a cerrar camas por primera vez en el hospital de Pozoblanco, y según el Sindicato Médico sólo se contratarán 30 médicos en la provincia más cuando cada mes habrá 250 de vacaciones. En esta misma provincia, el sindicato de enfermería, el Satse, asegura que las sustituciones suplirán al 35% de la plantilla, cuando en otras ocasiones se llega al 48%.

Pero no se líen con las cifras. Usuarios somos todos, y basta con un susto o con una enfermedad para bajar hasta la verdad. No hay mejor clase para un periodista que la sala de Urgencias de un hospital, y si la estancia se prolonga por más de tres semanas, el premio Pulitzer está al alcance de la mano. En ningún lugar de nuestras ciudades se amontonan tantas historias a medio camino entre la vida y la muerte, en ningún espacio tan concentrado encontraría un sociólogo una muestra certera de Andalucía: la jornalera y la abogada comparten penas mientras esperan a que sus hijos sanen.

Un caso real -aislado, sí-, pero que refleja la totalidad de una situación. Un paciente con una sintomatología de accidente cerebrovascular llega a Urgencias. Es 30 de julio. Seis horas en una silla. Se supone que el caso no debe ser tan grave, porque si no alguien habría intervenido. La confianza en la sanidad pública es alta - creo que razonada-, y se aguanta la espera. Pasado ese tiempo, un neurólogo baja y realiza un primer balance. El enfermo pasa a planta, pero no a Neurología porque no hay camas disponibles en la última planta del hospital. En realidad, no es que falten camas, es que hay habitaciones cerradas. A los dos días pasa a su planta, pero los enfermeros que atienden al paciente tampoco son de Neurología: o han entrado de la bolsa de empleo o provienen de otras especialidades. A pesar de ello, todo está controlado, aunque el paciente ni se despierta ni se mueve. El médico especialista, incluso, duda, pero el 2 de agosto -¡milagro!- se incorpora una enfermera de las que lleva seis años en esa especialidad, y en el justo momento en que va a administrar la medicación al enfermo se da cuenta del fallo: "¿Y esta mujer sólo toma 0,25 de...?". La experiencia es la madre de la ciencia, en realidad es 1,25. Se suceden los interrogatorios, y al final concluyen que la culpa es de "farmacia". Sospecho que es porque "farmacia" no está delante y no se puede defender. El médico repone de modo gradual la medicación. Mejor. Un día llega otro enfermero, y pregunta si es posible que algún familiar baje a una farmacia a comprar un medicamento. No hay que pagar nada. Vale, bueno. Un médico, socarrón, comenta que al hospital le llaman el Puerta del Mal. Qué guasa en Cádiz.

Tres semanas después todo se arregla, incluida una pequeña intervención, y además queda la sensación de que ninguna clínica privada hubiera hecho ese trabajo tan bien una vez superadas las barreras iniciales. Agradecimiento real.

En una reciente entrevista en el programa El Meridiano, de Canal Sur, el presidente de la Junta, José Antonio Griñán, se sacó del bolsillo de su chaqueta la tarjeta del SAS, y blandiendo la plaquita verde, le inquirió a la entrevistadora: "Si usted, se pone enferma, ¿a dónde va?". "Al Virgen del Rocío", se contestó el propio presidente, o "al García Morato, como aún se conoce en Sevilla". Creo que esa opinión presidencial es plenamente compartida por la mayoría de los andaluces: quien más quien menos le debe algo más que la vida a uno de esos hospitales con nombres de vírgenes, de reinas y de puertas. Hay que reconocerlo, produce menos indignación esas mudanzas pasajeras que esos pacientes indignados en su ignorancia que protestan porque deben esperar seis horas a que su hijo se someta a un TAC o porque deben desplazarse hasta Granada para realizarse una tomografía por emisión de positrones, la misma técnica que utilizaron con el Rey en su último diagnóstico en el Clínic de Barcelona.

Como sentenciaba José Ignacio Rufino ayer en estas mismas páginas, por el único camino del recorte del gasto sólo se llega a un lugar: a la muerte por inanición.

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