Cultura

Los perfumes de la noche

XIV Noches en los Jardines del Real Alcázar. Óscar Martín, piano. Programa: 'Les parfums de la nuit': 3 Nocturnos Op.9 y Balada nº3 de Chopin; Preludios Op.17 de Scriabin; 'Suite Bergamasque', 'La plus que lente' y 'L'isle joyeuse' de Debussy. Lugar: Alcázar. Fecha: Miércoles 3. Aforo: Casi lleno.

Chopin es hijo del belcanto y padre del Impresionismo. Esa línea que lleva del polaco a Debussy, tan frecuentemente invocada y transitada, es la que trazó Óscar Martín (Sevilla, 1976) en su recital de este año para las Noches del Alcázar. El sevillano ha demostrado ya infinidad de veces que es pianista tan dotado para el canto intimista como para las exaltaciones de gran virtuosismo romántico (su de Rachmaninov de 2012 con la joven Orquesta de Universidad y Conservatorio aún resuena en mis oídos). Su familiaridad con el universo de Albéniz (incluida una notable grabación de Iberia), que bebe tanto de uno como de otro lado, también lo avalaba como intérprete idóneo de este programa de carácter tan atmosférico, ideal para el entorno en el que iba a escucharse, un programa que unía los genios chopiniano y debussyta con la siempre intrigante personalidad del ruso Scriabin, equidistante de ambos extremos.

El arranque con los Nocturnos Op.9 resultó excepcional, por la sensibilidad en el manejo del rubato, la delicadeza del fraseo, la claridad de la pulsación y la articulación. Fue un Chopin íntimo, elegante, encantador y ensoñador, pero no amanerado ni blando. Algo más convencional pareció la Balada nº3, con menos poesía, menos vuelo, más atada a la literalidad. Martín se creció en cambio en unos Preludios de Scriabin en los que la entraña romántica quedó admirablemente fundida con las armonías de aire impresionista, esos perfumes de raíz francesa que Debussy estilizó con maestría, y que aparecieron en un Claro de luna de extasiante lentitud (acaso demasiada), dicha casi sílaba a sílaba, con fraseo por momentos entrecortado, y en la chispa de minuetos y passepied de la Suite Bergamasque. No faltó el toque de ironía a La plus que lente, un vals que parece mirar de reojo a Satie, mientras que el virtuosismo acabó por mostrar su lado más extravertido en La isla alegre, digno colofón a la noche cálida y perfumada.

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