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Cultura

Espacios con memoria sonora

Noches en los Jardines del Alcázar. Programa: Obras de P. Rabassa, J. Hidalgo, A. Corelli, J. Pradas, F. Corradini y anónimas. Soprano: Mariví Blasco. Clave: Marian R. Montagut. Flautas: David Antich. Violonchelo: Guillermo Martínez. Fecha: Viernes, 23 de agosto. Lugar: Jardines del Alcázar. Aforo: Lleno.

A veces los espacios adquieren personalidad propia y logran impregnar de la misma a una velada musical o a un evento cultural en el que la relación entre las creaciones artísticas y los lugares en los que nacieron consiguen alumbrar inesperados significados. Si ya de por sí los jardines del Alcázar sevillano resultan a veces sofocantemente evocadores hasta el punto de fagocitar al propio concierto, la visita de antes de ayer del conjunto Harmonía del Parnàs y su programa consiguió una perfecta fusión simbiótica entre espacio y música. Porque en estos senderos que se bifurcan entre las murallas del recinto coincidieron históricamente algunos de los músicos cuyas obras sonaron el viernes: Rabassa y Pradas se conocieron en Valencia y el primero llegó a Sevilla en 1724 y aquí ejerció como maestro de capilla catedralicia durante cuarenta años. Y aquí, en los Alcázares, durante la estancia de cuatro años de la corte de Felipe V, coincidió con Corradini, conoció la música de Corelli y departió con los músicos italianos de la corte. Un fascinante juego de concomitancias sonoras y espaciales.

Esa inasible vinculación música-espacio se manifestó en ¡Ay amargas soledades!, en el que sólo la flauta grave acompañó en contracanto a la voz extática de Blasco, que casi paladeó cada palabra del maravilloso texto de Lope de Vega, dejando ecos de la mejor poesía interpretativa en la noche. Con igual delicadeza en el fraseo e igual carga expresiva abordó la cantante valenciana un magnífico verso latino de Rabassa, aquí también con la magnífica colaboración de Antich (soberbio en la sonata de Corelli). La voz de Blasco, de una naturalidad desarmante, se movió por igual en la contención de los tonos humanos y en la expansividad más virtuosística de las arias, especialmente en la pieza de Corradini. En el continuo, la amplificación primó en exceso al clave sobre el chelo, apenas audible.

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