Cultura

Un oficio difícil

  • Acantilado prosigue con la publicación de todo Simenon y ahora llega esta 'roman policier' de 1948 en la que vibra un sentimiento existencialista muy en la onda del de Camus.

La nieve estaba sucia. Georges Simenon. Trad. Núria Petit. Acantilado. Barcelona, 2014. 272 páginas. 20 euros.

La nieve estaba sucia está firmada en Tucson, Arizona, a finales de marzo de 1948. Quiere decirse que esta novela pertenece a una época del XX donde el propio concepto de humanidad, y la vieja categoría del humanismo, habían entrado en crisis, tras el espanto y la abominación suscitados por la guerra. Y será el existencialismo (El extranjero de Camus es de 1942) el encargado de dilucidar, durante dos décadas, qué tipo de hombre ha emergido de las ruinas de Europa. ¿Es esta categoría, este membrete filosófico del existencialismo, aplicable a la obra de Simenon? Si bien es cierto que el noir, que el roman policier, han sido considerados como géneros subalternos y literatura de evasión, también lo es que en sus páginas halló expresión un mundo nuevo y más vasto: ése que ha nacido con el automóvil, la ciudad suburbial y los clubs nocturnos. En este sentido, y en muchos otros, La nieve estaba sucia es una novela existencialista. Una novela cuyo existencialismo no es aquel que se deriva de una angustia vital, sino de la sencilla -y tortuosa- reclamación de lo humano, en el nuevo escenario que adoptó su siglo.

Toda la obra de Simenon, y principalmente la dedicada a Maigret, podría definirse por esa humanidad irónica y fatigada del comisario, así como por una fina percepción del carácter y las debilidades del hombre. Sin embargo, Simenon no hace psicologismo (ya olvidado en sus días), y tampoco parece tener una pronunciada voluntad de evidenciar el interior anímico de sus personajes. Como muchos otros escritores del género negro, Simenon deja que sus personajes se definan por sus acciones; vale decir, por una exterioridad que los acota y les da relieve. La singularidad de Simenon es que tales acciones no son tan nítidas, tan unidireccionales, como en otros casos. Hay en su obra una comprensión de la naturaleza agitada, incoherente, contradictoria del ser humano, que quizá en otros autores no se halla de un modo tan acusado. Lo cual debe aplicarse también al carácter lírico -pudorosamente lírico, cabría decir- de su escritura, que lo aleja de la simple novela de acción y lo vincula, por ejemplo, a la ambiciosa literatura de Raymond Chandler.

Todo esto se articula de un modo muy particular en la novela que nos ocupa. La nieve estaba sucia es una novela negra, pero conocemos al criminal desde primera hora; es una novela testimonial (ocurre en un país ocupado por el ejército nazi), pero no busca denunciar o relatar aquel oprobio; es una novela de amor, pero los amores que aquí se narran o se ocultan son de naturaleza muy distinta a lo esperado. Si atendemos a la primera categoría, La nieve estaba sucia es el relato de un joven asesino, cuya madre posee un discreta y provechosa casa de citas. Si atendemos a la segunda, nos encontramos con un crápula que utiliza la ocupación de su país para asediar y extorsionar a una población paupérrima y afligida. Si acudimos a la última categoría, nos encontraremos con una inesperada historia de redención, donde el amor que busca el protagonista no es sino el amor paterno. Cada uno de estos tres planos o perspectivas son usados por Simenon para desautorizar, para desdibujar el contorno de los otros. Así, cuando el protagonista se halle en prisión, detenido por sus actividades ilícitas, no será la brutalidad de las tropas ocupantes, los fusilamientos al amanecer, la arbitrariedad de cualquier poder, ejercido militarmente, aquello que Simenon destaque. Muy al contrario, será un paradójico, un modesto elogio de la existencia, lo que el lector se encuentre. También la inesperada dignidad de un hombre que, no obstante, se ha declarado sin honor ante quienes le amenazan e interrogan.

Lo que espera el joven protagonista de esta novela, lo único que espera el muchacho violento, insensible, de refinada crueldad, que ocupa la totalidad de estas páginas, es el perdón y la comprensión de un hombre justo. Un hombre al que él ha humillado y del que querría aprender (huérfano, al cabo) a ser un verdadero hombre. Ya en prisión, y con la mano sobre el hombro del muchacho, ese padre soñado/figurado le mostrará su afecto con graves y sencillas palabras. "Ya ves -concluye-. El oficio de hombre es difícil". Y es aquí donde volvemos al existencialismo de las primeras líneas. A aquel existencialismo de Albert Camus, cuando escribe en El primer hombre, recordando los juegos y el compañerismo de la infancia: "Y entonces comprendí que ser hombre era bueno". De esa bondad, de ese difícil oficio, tan injuriado a veces, trata La nieve estaba sucia.

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