Cultura

Genio de la perversidad

  • Al cuidado de Mauro Armiño, la edición bilingüe de la obra de Rimbaud reúne en un volumen el legado del más transgresor entre los poetas malditos.

OBRA COMPLETA BILINGÜE. Arthur Rimbaud. Ed. Mauro Armiño. Atalanta. Vilaür, Gerona, 2016. CVI + 1.518 páginas. 58 euros.

Hay el deslumbramiento inicial, a veces hacia la misma edad extraordinariamente temprana en que aquel adolescente insufrible garrapateó el puñado de versos y prosas a los que debe su gloria póstuma, y acaso en algún momento le cogemos cierta ojeriza o dejan de parecernos tan estimulantes los destellos, no siempre inteligibles, de su escritura arrebatada, pero a Rimbaud hay que volver siempre porque de él mana, más que de cualquier otro de los precursores, la fuente cenagosa, oscura e incluso tóxica de la que beberán los vanguardistas y todos los insumisos del siglo pasado, el presente o los venideros. Sólo el contemporáneo Isidore Ducasse, falso conde de Lautréamont, iguala su cualidad de desquiciado heraldo, pero aunque Breton y los a menudo arbitrarios popes del surrealismo reivindicaron con mayor entusiasmo la obra del francouruguayo, por ellos redescubierta y elevada a los altares, este no llegó tan lejos como Rimbaud en su absoluta radicalidad, famosamente acogida a una poética que defendía el "desarreglo de todos los sentidos" y ni siquiera Verlaine, apasionado amante y primer valedor del 'meteoro' de Charleville, entendió en sus implicaciones últimas.

Hay que volver siempre a Rimbaud y el recién aparecido volumen de Atalanta, desde ya imprescindible, ofrece la oportunidad de hacerlo de la mano de uno de los grandes traductores de nuestro tiempo, el veterano Mauro Armiño, a quien debemos tantas horas placenteras en la compañía de Balzac, Maupassant, Proust o Casanova, por citar unos pocos nombres de la larga relación de autores, casi todos ellos de lengua francesa, a los que ha vertido al castellano. Su excelente estudio introductorio, pero también las notas o el útil Diccionario Rimbaud, una suerte de dramatis personae donde reúne las semblanzas de los actores vinculados al fulgurante itinerario del poeta, revelan una familiaridad profunda con el autor, su contexto literario y la historia crítica y textual de un legado que no obstante su brevedad sigue siendo objeto, como vemos en los comentarios, de interpretaciones novedosas o controvertidas.

Antes de abandonar la poesía y la vida literaria para perderse en África, donde sólo escribió cartas de circunstancias, Rimbaud publicó la colección de poemas Una temporada en el infierno (1873), que su madre no pudo pagar del todo y apenas salió por ello del almacén del editor en Bruselas. Poco después, en vísperas de la ruptura definitiva, entregó a Verlaine, recién salido de la cárcel por haberle pegado un tiro a su protegido durante una de sus truculentas escapadas, el críptico manuscrito de otra, Iluminaciones, que junto con los ejercicios escolares, los poemas dispersos y la correspondencia, asimismo recogida en la edición, conforman su obra completa, a la que Armiño incorpora el ambiguo relato Un corazón bajo la sotana, tenido durante mucho tiempo por un mero divertimento -incluso los surrealistas lo menospreciaron- pero fundamental, explica el traductor, para entender la evolución de Rimbaud, y el escatológico e inextricable Album zutique, cuyo título alude al círculo donde se reunían los zutistas -de la exclamación 'zut', que expresa cólera o desprecio y vale, señala Armiño, como eufemismo por "mierda"- para burlarse de los poetas relamidos.

Furiosamente antirromántico, Rimbaud desdeñaba el sentimentalismo que empobrecía la propuesta de Baudelaire, a su juicio demasiado patética, y contaminaba a los representantes de la escuela parnasiana -los Gautier, Banville, Mendès o Leconte de Lisle, véase la reciente y estupenda antología de Miguel Ángel Feria en Cátedra- que en un principio acogió al poeta 'vidente' con admiración, pero no pudo ocultar después el desconcierto, en parte por su conducta violenta -al dibujante y fotógrafo Carjat, autor del célebre retrato en el que se inspira el cuadro que ilustra estas líneas, casi lo mata de un estocazo-, en parte por la deriva cada vez más libre -onírica o casi mística, como sostienen algunos estudiosos, aunque el sentido último es inaprensible- de una escritura que en las Iluminaciones raya el hermetismo.

La de Rimbaud es una impugnación total que escupe sobre las convenciones, abomina de cualquier tradición o forma de autoridad y no deja títere con cabeza: la literatura, la religión, la política, la educación, el sexo, todas las reglas o los tabúes se los saltó aquel "genio de la perversidad", como lo llamó Goncourt, que hacía gala del salvajismo -punk avant le mot- e invocaba con fruición el tiempo de los asesinos. A su lado, de hecho, otros 'malditos' parecen venerables abuelas. Ingrato, jactancioso, brutal y más que irreverente, dinamitero, pero también superdotado, visionario, enigmático profeta de la modernidad. La vida y la obra se unen en Rimbaud como las dos partes de un misterio, extrañamente asimétrico, que mantiene intacta su fuerza subversiva. Menos de dos años de frenética actividad le habían bastado para poner patas arriba la poesía y la idea de la poesía. Después, el silencio. El hombre "de las suelas al viento", como lo había llamado Verlaine, iniciaba su huida hacia ninguna parte.

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