Rodar en tiempos revueltos

Manuel J. Lombardo

26 de noviembre 2008 - 05:00

Ajeno a toda evolución del lenguaje cinematográfico a partir de la mitad del siglo XX, Giménez-Rico prosigue en su empeño de ser más clásico que los clásicos, con permiso de su colega Garci, para devolvernos de cuando en cuando la memoria histórica de aquella España negra de la Guerra Civil y alrededores (Jarrapellejos, Las ratas, Hotel Danubio).

Con la novela del cordobés López Andrada como esquemático y (auto)rebajado sustento argumental y maniqueo paisaje (Valle de los Pedroches) de fondo, El libro de las aguas aspira a recuperar el tremendismo rural y el recurrente tema de las dos Españas (¿sólo dos?) con las acartonadas maneras del melodrama de terruño adelgazado hasta el hueso para un espectador al que se presupone conservado en formol.

Así, más cerca de un mal capítulo de Amar en tiempos revueltos que de otra cosa, la película pone a sus personajes cordobeses a hablar con acento de Valladolid, recupera a uno de esos gloriosos elencos estigmatizados (De Luna, Sancho, Langa, Diosdado, etcétera) con los que resulta imposible no distinguir a los buenos de los malos, y se autopromociona como puede con la presencia estelar de Lolita y su hija, objeto de deseo en plano/contraplano de nuestro heroico y digno protagonista. Y mientras tanto, Pablo Cervantes dándole al sintetizador. Que alguien le pague una orquesta, por favor.

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