Arte

Un arte que cambió la vida cotidiana

  • Una exposición en el CAAC muestra cómo el diseño se volvió claro, sencillo y exacto después de la Primera Guerra Mundial

Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. Sevilla (Avda. Américo Vespucio, s/n; Isla de la Cartuja). Hasta el 24 de enero.

Aunque apenas seamos consciente de ello, nuestra vida cotidiana es beneficiaria del esfuerzo y la inventiva de unos artistas-investigadores que vivieron y trabajaron en los años 20 y 30 del pasado siglo, y que desde Francia, Alemania, Holanda y la entonces recién constituida Unión Soviética, comenzaron a cambiar el trazado de viviendas y locales públicos, simplificaron el mueble, renovaron los productos textiles y alteraron el diseño de carteles, revistas y periódicos.

Hasta entonces, el inventario de la vida cotidiana lo formaban, para las economías solventes, objetos que reiteraban más mal que bien gustos del pasado, mientras la artesanía tradicional surtía a los hogares modestos. Las secuelas de la I Guerra Mundial habían minado además el diseño simbolista por su costo y también por sus excesos ornamentales. Se buscaron entonces formas claras, sencillas y exactas, más atentas a las necesidades de la mayoría de la población que a las pretensiones de unos pocos y a las concesiones decorativas. Así, la Bauhaus y los colegas de Mondrian y Van Doesburg, los constructivistas rusos y Le Corbusier, desde la revista L'Esprit Nouveau, comenzaron a cambiar el panorama de la cotidianidad.

En esta perspectiva se inscribe la muestra El cartel comercial moderno. Tales inquietudes habían prendido en Hungría antes de terminar la guerra y se reforzaron al acabar ésta con la labor de la revista Ma (Hoy). Las esperanzas revolucionarias despertadas por la República de los Consejos Obreros hizo que autores como Kassak o Móholy-Nagy abandonaran los modelos expresionistas alemanes y cultivaran los del constructivismo ruso. Al caer el estado revolucionario, algunos de esos autores, obligados a exiliarse, marcharon a Alemania y se incorporaron a la Bauhaus, donde se conocían los trabajos de los demás artistas formales. Allí permaneció Móholy-Nagy, pieza fundamental de la escuela. Otros volvieron con las ideas tan claras como lo muestran el geométrico cartel Magyar Hirlap, debido a Kassak y fechado en 1921, o los muebles funcionales que recoge un cartel de Kaesz en 1933.

Las imágenes naturalistas y las estilizaciones simbolistas, de empleo común antes de la guerra, se sustituyen por formas planas en brillantes campos de color, como hace Bortnyik en Úsáj (Diario),fotomontajes (el de Csemiczky anunciando Radio Standard), diseños que unen las reducciones geométricas del cubismo con escenarios propios del cine expresionista (Bereny, para Palma, fabricante de tacones de caucho), las posibilidades del collage (Georg, anuncio de Correo Vespertino) o una acertada fusión de figuras, exactos planos geométricos y tipografía: así, Bortnyik para ladistribuidora de carón, Igaz Mérleg.

Si estos recursos recuerdan a la Bauhaus, otros se acercan al constructivismo ruso: cultivan las diagonales (como Irsai en un excelente anuncio de trajes de baño y en otro de cuchillas de afeitar, marca Tabula Rasa), insisten en la figura heroica del trabajador o, como se aprecia en un cartel de Richter para una exposición de fotografía, unen figura y texto a la manera de Rodchenko. También se rastrea la huella de Móholy-Nagy en el dinámico descentramiento con el que Bereny anuncia los neumáticos Cordatic. La renovación no brota sólo del quehacer de los artistas: ciertas empresas -como los cigarrillos Modiano- la apoyan y se fortalece con escuelas y textos teóricos (el catálogo recoge algunos).

La muestra es así índice del valor de un arte que somete la inmediatez de la expresión al rigor de la forma. Una preocupación que llega hasta nuestros días, hasta la ascética contención del arte minimal. Una excelente exposición, recientemente clausurada, la de Andrés Monteagudo (Granada, 1970) en la galería Birimbao, da buena cuenta de esa actualidad: a la simplicidad de las formas (espacios en fuga, texturas que se conforman y deshacen) se une la de los materiales (lienzo, alambre, hilo de algodón, grafito y tiza). Tal sencillez, en el caso del Cartel húngaro, cobra especial atractivo al alojar la muestra: en el antiguo refectorio de los monjes de la Cartuja. Un contraste valiente pero acertado porque la exacta simplicidad de los diseños no es del todo ajena a la solemne austeridad de la arquitectura monástica ni a las tramas geométricas de pavimento, alicatado y artesonado. Bajo formas tan distantes en el tiempo y pertenecientes a universos culturales tan diversos parece deslizarse, como común denominador, el valor del cultivo de la forma.

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