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Cultura

Buena pintura y rigurosa restauración

  • La exposición que el Bellas Artes dedica al retablo de Santa Ana tras su intervención es ejemplar, quizá la más completa de las organizadas en el museo en los últimos años

Rigor científico, atención pedagógica y buen criterio expositivo. Éstas son las tres notas que definen esta muestra. Es indudable que el centro de gravedad de la exposición es la pintura de Pedro de Campaña, pero las tres notas que cité al principio consiguen darle el marco adecuado. No es nada usual, además, que esos tres aspectos se cumplan en una muestra: por eso es necesario reseñarlos.

La exposición, en efecto, informa en primer lugar del valor del retablo de la iglesia de Santa Ana y ofrece cumplida cuenta de sus autores, el proceso de elaboración y del estado en que estaba el retablo y sus elementos, así como de las labores de restauración. El catálogo, de modo conciso pero con claridad, amplía esta última información, valiosa, porque, además de explicar el trabajo realizado, da idea de la dificultad que encierra la conservación del patrimonio artístico.

A tal información se une una explicación que intenta poner al alcance de cualquier espectador cuanto contiene el retablo, desde el punto de vista artístico y cultural. Cuando casi han desaparecido del sistema educativo las narraciones biblícas y las simbologías cristianas, eran necesarias estas explicaciones que, más acá de cualquier convicción religiosa, forman parte de nuestra cultura y nutren de un modo u otro el lenguaje.

Finalmente, el modo de exponer la obra demuestra que no es tan complicado ocupar la sala de exposiciones temporales del Museo de Bellas Artes, siempre que se tengan ideas claras. En este caso se han jerarquizado las obras, dando a cada cual su importancia, se han distribuido por afinidad temática y se ha intentado enfatizar cada una de ellas de modo que respire y resalte sin contaminar visualmente a las demás. El enmarcado de las pinturas de manera que sobresalgan ligeramente del plano expositivo es un acierto que merece subrayarse. La muestra establece unas pautas que deberían tenerse en cuenta por quienes todavía confunden los espacios expositivos con escenografías más o menos impactantes.

La muestra además presenta la obra de un pintor particularmente interesante. Es, para empezar, una fértil muestra del cruce de culturas. Flamenco por nacimiento, Pieter de Kempeneer trabajó en Italia antes de recalar en Sevilla. Es posible que esa dualidad se relacione con ciertas características de su obra: las arquitecturas romanas o el tratamiento de escultura clásica que da al mendigo sentado en la parte baja de la Presentación de la Virgen contrastan con ciertos detalles detalles naturalistas, muy del gusto flamenco, que aparecen en algunos cuadros.

Otra nota a resaltar es el empleo de figuras escorzadas. Interesantes las del Nacimiento, las más ambiciosas son sin embargo las del Anuncio del arcángel a San Joaquín. Las dos figuras organizan el cuadro con escorzos contrapuestos, mientras que el tratamiento del fondo, el paisaje a la izquierda y los celajes a la derecha lo completan satisfactoriamente. Ese cuadro señala además su calidad de colorista, algo que se advierte fácilmente en obras como San Joaquín expulsado del Templo o La Asunción. Digamos de paso que la apreciación del color y de los trabajados pliegues de las telas (que llenan a veces los cuadros de ritmo) es posible gracias al trabajo de restauración realizado.

Llaman también la atención las diversas formas de composición. Ya he comentado la del Anuncio del arcángel que resulta especialmente moderna, pero junto a ella aparecen otras, tradicionales, que probablemente venían exigidas por la necesidad de dar cumplida cuenta de la narración sacra. Así, las dos Natividades, la de la Virgen y la de San Juan Bautista, se desdoblan en dos escenas relativamente separadas longitudinalmente en la misma tabla.

Esta composición tradicional, narrativa, se diferencia sensiblemente de las dos Marías, Salomé y Cleofás: dos matronas erguidas, con ropajes clásicos que hacen pensar en ciertas representaciones de las virtudes que se hacían en la época.

La muestra se completa con las esculturas -apóstoles y S. Juan Bautista- atribuidas a Pedro Delgado, recias y consistentes, sin que por ello carezcan de ritmo. No se incluyen las tres más familiares, la Virgen, el Niño y la Señora Santa Ana, cuya agitada historia, sin embargo, se detalla con precisión en el catálogo.

No sé si la muestra será un éxito de público. Lo más probable es que no llegue ni a rozar las cifras de la exposición de la Casa de Alba. Si fuera así, sería síntoma de un estado de cosas sobre el que merecería la pena reflexionar. Mientras tanto, diré que el buen aficionado no debe dejar de ver esta muestra, quizá la más completa de las organizadas en el Museo de Bellas Artes en los últimos años.

La restauración del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico. Museo de Bellas Artes de Sevilla. Plaza del Museo, 9. Hasta el 17 de octubre de 2010.

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