DERBI Betis y Sevilla ya velan armas para el derbi

Cultura

El futuro empieza cuando otros acaban

Programa: Estudios Sinfónicos, op. 13, de R. Schumann; Fantasía Impromptu, Barcarola op. 60, dos nocturnos (op. 15/2 y op. 9/2), dos valses (op. 69/2 y op. póstumo), Scherzo nº 3 op. 39 y Polonesa op. 53, de F. Chopin. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Domingo, 21 de noviembre. Aforo: Casi lleno.

Como se suele decir, a los verdaderos maestros del piano se les reconoce sólo con verlos sentarse en la banqueta. Decidido, sin aspavientos ni remilgos, Achúcarro salió al escenario de un felizmente abarrotado Maestranza para revelarnos la luz que ilumina su visión interior de la música. Ha llegado a ese momento gozoso en que, con el tiempo a la espalda y desprendido ya por siempre de preocupaciones técnicas, de litigios de escuelas y de fundamentalismos estilísticos, ya sólo queda la Música en estado puro, la exploración de los recursos expresivos, la introspección serena y sin prisas de las posibilidades de una frase, de un silencio, de un color sonoro. El piano más allá del propio instrumento, incluso en uno tan falto de nitidez y brillo en las octavas superiores como el del Maestranza. No importa, porque a ese leve desconchón tímbrico se superpone una capa restauradora de esencialismo expresivo.

No es un tópico: Achúcarro toca cada vez mejor. Así ha sucedido siempre con los grandes genios del teclado, más lúcidos que nunca y más en dedos que nadie pasadas las siete primera décadas de edad. Así este bilbaíno incombutible, capaz de darle nueva luz (¡y qué luz!) a obras tantas veces escuchadas. Invirtiendo el orden del programa, no pudo resultar más expresivo el levísimo silencio insertado al final de la primera frase de la Fantasía Impromptu: frente al desbordamiento del fraseo habitual en otras versiones, Achúcarro deja respirar a las melodías, les otorga su tiempo y espacio para desplegarse y transformarse, en una visión de otoñal serenidad cargada de profunda poesía. Poco rubato en los dos nocturnos e igual logro, sorteando la Scila de lo aséptico y el Caribdis de lo cursi. Mano izquierda fabulosa en el ostinato de la Barcarola y, sobre todo, en el primer bis para sólo esa mano capaz de extraer toda la paleta de color al instrumento. Imposible mayor melancolía que en el primer vals, como imposible fue pedir más claridad en la exposición de las voces en la obra de Schumann.

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