Afloran las pasiones ocultas

El tenor Fernando Portari y la soprano Carmela Remigio, protagonistas del segundo elenco.
El tenor Fernando Portari y la soprano Carmela Remigio, protagonistas del segundo elenco.
Pablo J. Vayón

11 de diciembre 2010 - 05:00

Ópera en cuatro actos de Giacomo Puccini. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza y Escolanía de Los Palacios. Producción: Royal Opera House Covent Garden de Londres. Dirección de escena: John Copley. Reposición de la dirección de escena: Richard Gerard Jones. Vestuario y Escenografía: Julia Trevelyan. Iluminación: John Charlton. Dirección musical: Pedro Halffter. Intérpretes: Carmela Remigio (Mimì, soprano), Fernando Portari (Rodolfo, tenor), Claudio Sgura (Marcello, barítono), Tatiana Lisnic (Musetta, soprano), Marco Vinco (Colline, bajo), Manel Esteve (Schaunard, barítono), Matteo Peirone (Benoît/Alcindoro, bajo), Francisco Escala (Parpignol, tenor), Jorge de la Rosa (Sargento de Aduana, barítono), David Jiménez (Aduanero, barítono). Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Viernes 9 de diciembre. Aforo: Lleno.

El Maestranza se ha caracterizado siempre por ofrecer en los dobles repartos elencos de similar valor, que si se llaman "primero" y "segundo" es más por el orden de actuación que por otra cosa. Una vez más, pues el hecho se ha repetido antes, en esta Bohème el segundo reparto resultó más lucido que el primero, al menos en dos aspectos esenciales: una más intensa teatralidad y un equilibrio vocal más depurado entre los principales solistas.

Fernando Portari no parecía tener la presencia del Rodolfo que toda Mimì espera, pero se mostró desde el principio mucho más apasionado y activo en lo teatral que Giordano el día del estreno, si bien le vendría bien refrenar algunos impulsos, sobre todo en el último acto: una unidad de paliativos de un hospital cualquiera podría informarle de que no conviene darle a una moribunda el abrazo del oso. Vocalmente, el tenor brasileño arrancó de forma ruinosa, pero fue mejorando, y aunque su fea emisión abierta y su falta de refinamiento redujeron su impacto, al menos le puso pasión y se movió con cierta soltura entre dinámicas flexibles.

La de Carmela Remigio fue una Mimì acaso no tan embelesadora ni sofisticada como la de Arteta, pero más franca, clara y directa, con la voz siempre bien proyectada, menos vibrato y más atenta a las posibilidades de su Rodolfo.

Como la de Rodríguez el día antes, quizá la voz de Claudio Sgura, dramática y oscura, no sea la del barítono lírico que requiere Marcello, pero la potencia, la profundidad y la penetración expresiva son soberbias y su versatilidad, tan convincente como la del andaluz. Donde sí hubo un cambio de registro expresivo significativo fue en Musetta, que Tatiana Lisnic afrontó desde una distinción, una fluidez y una elegancia casi vienesas. Combinando graves corpóreos con agudos ligeros e impolutos, Lisnic conquistó por la belleza y morbidez del timbre. Halftter controló algo más la tendencia a los excesos, arropando con voluptuosidad las pasiones escondidas del primer día.

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