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Carlos Colón

El mejor Rey Melchor

EL rey más rey que jamás haya salido en la Cabalgata ha sido el Melchor de este año. Difícilmente volverá a salir un Melchor que haga más honor a lo que su nombre significa en hebreo: Rey de la Luz; que haya hecho y haga mejores regalos: la vida devuelta a los trasplantados; que mejor represente lo que los Reyes Magos simbolizan para la Iglesia: la unión entre la fe y la ciencia; que mejor encarne el mandamiento de amor al prójimo en el que se resume todo el judaísmo y todo el cristianismo; que dedique el lanzamiento de su primer puñado de caramelos a mejores destinatarios: los donantes que con su muerte dieron vida, y sus familias.

Difícilmente volverá a salir un Melchor como el doctor José Pérez Bernal, rodeado de pajes más íntimamente vinculados al rey que sirven -niños trasplantados o hijos de trasplantados- y más acompañado por magos invisibles. Porque, como bien escribió ayer mi compañero Juan Luis Pavón, como coordinador de trasplantes el doctor Pérez Bernal representaba a todos los profesionales de la medicina que "gracias a su trabajo en equipo en operativos contrarreloj, merecen todos los aplausos y ninguno de los recortes".

Religión y ciencia, tradición y modernidad, sentimiento y razón, dolor vencido por la esperanza y muerte derrotada por la vida desfilaron anteayer en la Cabalgata, representados por el mejor Rey Melchor y los mejores pajes que jamás Sevilla haya tenido.

Quienes al crecer descubrimos que una de las verdades más importantes de la vida es que los Reyes Magos existen, comprobamos ayer que teníamos razón. Existen la bondad, la generosidad, la entrega, el servicio desinteresado a los otros; quienes en los momentos más trágicos de cualquier vida, cuando se pierde un ser querido, son capaces de romper el ensimismamiento de su dolor para pensar en los demás; quienes al pensar en lo que más aterra, la propia muerte, anteponen la donación de sus órganos al egoísmo que tantas veces nace del miedo, del no querer ver, del no querer saber.

Adoran a Dios todos ellos con sus actos, sean creyentes o no. Porque cuando Jesús Nazareno quiso proponer un ejemplo de fidelidad a sus palabras escogió a un extranjero ateo o idólatra, el samaritano que se compadeció del hombre que se encontró tirado al borde del camino, ante quien el sacerdote (el descendiente de Aarón responsable del culto del Templo) y el levita (el descendiente de Jacob dedicado al servicio al Señor) pasaron ignorándolo. Por eso difícilmente llegará ante el portal del Niño Dios mejor Rey Melchor que este médico que proclama la existencia de Dios con sus obras y lo glorifica en sus criaturas más sufrientes.

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