¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Un nuevo héroe nacional (quizás a su pesar)
DESDE el pasado lunes milito en el club de rendidos admiradores de La suerte la serie de Paco Plaza que se mueve entre lo gamberro y lo sublime, la españolada y la modernidad audiovisual, el costumbrismo cañí y la disco levantina. Algunos, con el ministro Urtasun en cabeza, habían dado por muerta a la tauromaquia como venero del arte más genuinamente español y, de repente, estalla esta producción que, usando los tópicos hispanos con hábil autoironía, nos vuelve a recordar que el mundo del toro, lejos de ser esa caverna de sádicos que dicen, es un auténtico retablo de personajes y emociones que nunca deja de sorprender. Si, recientemente, el catalán Albert Serra sorprendía a los gafapastas europeos con Tardes de soledad, su impactante documental sobre Roca Rey, ahora llega esta serie televisiva de Disney+, más asequible al gran público, en la que nos movemos continuamente entre la carcajada y la emoción. Lo digo ya: Óscar Jaenada, en su papel de Maestro, es un nuevo héroe nacional en la estela metafísica del Quijote, un título curioso que le endilgo a alguien que se ha declarado como “republicano, antifascista y no independentista”. Sea como fuere, no es fácil conmover al televidente vestido de mixtolobo entre Los Chichos y David Bowie. Tampoco tocar la fibra moral de los espectadores con un cardado que ni el más osado de los solistas del New Romantic londinense de los 80 se hubiese atrevido a lucir. La suerte no es una serie solo sobre toros, sino que también nos habla de cosas importantes que estamos perdiendo: la lealtad, la amistad, la tolerancia ante las opiniones de los demás, la hombría, la españolidad, la resistencia de un mundo crudo a desaparecer en medio de la marea digital y globalista. Para hablar de todos estos asuntos, Paco Plaza podría haber escogido a un personaje más reconocible para el público actual (un gay o un joven con problemas de adaptación, por ejemplo), pero prefiere mostrarnos a un fantasma mucho más incómodo para nuestras conciencias contemporáneas: un melancólico torero maduro que vive sus últimos momentos de gloria en un país hortera y plurinacional. Es imposible no ver en el Maestro que encarna el “antifascista” Jaenada a un trasunto del “voxista” Morante de la Puebla (por poner etiquetas, como está de moda). Ese gusto por la extravagancia en el vestir, su amor por los habanos, sus largos y atribulados silencios... Insisto, ¿cómo con semejantes pintas consigue el Maestro transmitirnos tanta dignidad, tanta humanidad, tanta emoción? Debe ser que La suerte es, sencillamente, puro arte... español.
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