Morir en los puentes de Sevilla

Ni 47 ni 53 años son edades para morirse, pero en los puentes se expira y se muere. Sevilla pura

El lugar de Andalucía donde Dios existe

El castigo de las bullas navideñas

Un policía en el lugar del accidente sucedido en la bajada del Puente de San Bernardo el pasado domingo.
Un policía en el lugar del accidente sucedido en la bajada del Puente de San Bernardo el pasado domingo. / M. G.

18 de diciembre 2025 - 04:00

Las horas postreras del domingo son de hogar, misa tardía, plancha de uniformes escolares, planificación de la semana, quizás algún rato de sofá, el soniquete radiofónico de los últimos goles y, según los psicólogos comerciales, de cierto riesgo de depresión por el retorno al currelo. Los domingos ya sin luz tienen mala fama, son aliados de la melancolía, provocan en muchas personas el ocaso del ánimo y obligan en cierta manera a esa reflexión que solo surge de una suerte de mirarse en el espejo en ese exigente juego del balance y las previsiones. El final del domingo no trae más que noticias malas, chungas y afiladas. Un motorista muerto en el Puente de San Bernardo. La foto es de impacto: el vehículo tirado a los pies de la pasarela más hermosa de la ciudad y con la casa de la película Solas de fondo. Ahí se acabó la vida de un sevillano de 47 años. Un hermano de Los Negritos. Era domingo, con la noche entrada, el frío de las pascuas en los cuerpos y cada cual en sus meditaciones de intramuros. Las luces de Navidad están encendidas para casi nadie, porque son justo las únicas horas en que se nota un vacío de adoquines, avenidas sin horizonte y el ruido de algún motor aislado. De dónde vendría, hacia dónde iría, a qué dedicaría su último pensamiento. Los finales son siempre duros, dicen. Las noches son siempre de alto riesgo para los enfermos, un domingo que expira solo encuentra horas felices una vez al año en la aldea de Pentecostés por excelencia. El martes por la mañana, a las 09:05 horas, otro motorista muerto en otro puente, el del Cachorro. Varón de 53 años, director de hotel. La vida te cambia en un minuto, insisten. Y se te va por un puente en un instante, cuando vas camino del despacho a ganarte la vida. Dos puentes, dos profesionales en plenitud que despedimos con oraciones, reconocimientos y toda la liturgia que nos reconforta a los que por aquí seguimos.

La ciudad continúa con dos menos que siempre evocaremos con puentes. San Bernardo y el Cachorro. José Alberto y Nacho. Ni 47 ni 53 años son edades para morirse. Pero tenemos la mala costumbre de enfocar la existencia como si fuéramos inmortales. Será una técnica para no caer en la depresión de un domingo por la tarde, como la de meternos en bullas ruidosas sin explicación, hacer largas colas para entrar un bar o para comprar cajas de galletas de moda, o enfurecernos por cualquier chorrada en las redes sociales. Ruido, ruido y más ruido. Llega la tarde del domingo y no hay estruendo que impida fluir al pensamiento, no se oye nada, solo el impacto de una motocicleta derribada. Hay que pensar. Y el miércoles, otra vez te ves colocado con brusquedad ante el espejo. Y buscas la muchedumbre navideña para sentirte absurdamente arropado. Un puente es siempre una transición hacia una orilla mejor. No hay otra conclusión. En los puentes se expira y se muere. Sevilla pura.

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