El lugar de Andalucía donde Dios existe

Se visita a la Virgen en el santuario, se confirma la existencia divina en la marisma

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La marisma de Doñana.
La marisma de Doñana. / M. G.

12 de diciembre 2025 - 04:00

Amanecer varias veces en la marisma del Rocío ayuda a fortalecer la fe, a creer más en Dios sin necesidad de acudir a Mongolia, a esas periferias a las que era tan aficionado el recordado Francisco, el Papa que pregonó la necesidad de una suerte de romanización en el siglo XXI. Es cierto que en Andalucía tenemos de todo, como dicen los políticos en campaña, cuando nos recuerdan los kilómetros de costa, las potencialidades de nuestro "territorio" y otras bondades. Pero hay que precisar, conviene destacar las cosas en días y horas. No hay nada como comenzar el día mirando a las marismas azules para entender que solo una fuerza muy superior ha podido crear tanta belleza, tanta armonía, tanta paz, tanta serenidad incluso en días de cielos de tonalidad panza de burra, tanta convivencia entre el hombre y la naturaleza. Y todo aquí, en Andalucía, tan cerca, en una aldea que aguarda al peregrino con un encanto particular hasta en días laborables, lejos de la explosión primaveral de ríos de peregrinos y planes especiales de seguridad. Se visita a la Virgen en el santuario, se confirma la existencia de Dios en la marisma. Se reza en el templo, se ve la mano celestial en la perfección de la naturaleza. Se recuerda a los fieles difuntos en la cera sacrificada en la sala votiva, lágrimas de cera y oraciones bisbiseadas, se ve la fuerza sobrenatural en las aves, en el horizonte verde, en la vegetación, en el piar a veces caótico de los pájaros, en los caballos en libertad, en el silencio en ocasiones sobrecogedor... Y todo, absolutamente todo, aquí, tan cerca, sin necesidad de largos desplazamientos, en un lugar tan cotizado en la Europa Central, donde somos una marca de prestigio por la calidad de los productos agrícolas asociados a la marca Doñana.

Todo andaluz debería tener la oportunidad de visitar la aldea del Rocío una vez en la vida en días laborables para encontrar el lugar donde se demuestra la existencia de Dios. Hay quien ha peregrinado a Roma o Fátima y ha retornado con cierta decepción. Quizás por la bulla consumista, tal vez por el exceso de ruido. Nada de eso ocurre un día de otoño o invierno. A Dios por la belleza de la aldea rociera cuando no suena el tamboril y solo se halla la expresión de la Virgen, la charla breve, espontánea y entrañable de la vendedora de cupones a las puertas del santuario; el saludo entre dos familias que se cruzan un instante en la inmensa soledad del generoso azul de la marisma. El triunfo de la naturaleza, la fuerza de la Virgen, el poder de la serenidad que es posible tantísimos días al año y siempre compatible con la alegría de las peregrinaciones, los rótulos mudos de las vacías casas de hermandad, repaso geográfico a la España mariana... No hay nada como pasear por El Rocío cuando solo la Virgen espera para creer en la existencia de Dios. Un día cualquiera, incluso con pronóstico de las peores lluvias. Solo basta la fe para que el cielo se abra, que se abrió, y permita admirar tanta belleza en las marismas azules. Tanta vida y tanta sencilla perfección.

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