La ciudad y los días

carlos / colón

Hacia atrás

EN una semana una menor de edad ha sido asesinada en las Tres Mil Viviendas y dos menores violadas en Amate. Como presuntos autores de estas violaciones se ha detenido a dos tipos, uno de ellos menor de edad. Los menores engrosan también el capítulo de los verdugos, no sólo el de las víctimas. A propósito de la noticia de la violación se recordaba ayer en este periódico el resultado de una reciente encuesta del área municipal de Participación Ciudadana: para los residentes en el distrito Cerro-Amate (en el que viven más de 90.000 sevillanos repartidos entre Santa Teresa, Los Pajaritos, el Cerro, Juan XXIII, La Plata, Palmete, Rochelambert o Santa Aurelia), los más acuciantes problemas, incluso por encima del paro, son la suciedad (42,3%) y la inseguridad (41,3%). El desempleo pasa allí a un tercer lugar (38,5%).

Un lector comentaba desde el Cerro: "El barrio está abandonado, sin limpieza, sin servicios. Sólo ver la degradación, por ejemplo, del entorno de la estación de cocheras. La vegetación seca, los árboles se mueren, el mobiliario destrozado. Los vecinos hartos. Las promesas de Zoido sólo se cumplen en el Porvenir. De vergüenza".

Sí, de vergüenza. Y la vergüenza mayor es que hace 30 o 40 años estos eran barrios trabajadores, honrados y seguros. Y que mientras algunos aguantan heroicamente, otros se están deslizando de la modestia a la pobreza o se han deslizado ya de esta a la marginalidad.

Los barrios dejados de la mano del hombre no son una novedad. Recuérdense las villa-latas de la Sevilla de los años 20 y 30 o el Vacie. Pero desde antiguo se ha procurado erradicarlos a través de iniciativas estatales como el Instituto de Reformas Sociales (1903), la Ley de Casas Baratas (1911: el Real Patronato de Casas Baratas de Sevilla ha cumplido un siglo este año), las cooperativas obreras apoyadas por el Instituto Nacional de Previsión y las Cajas de Ahorros (1931-36) o el Instituto Nacional de la Vivienda y la Obra Sindical del Hogar (1942-1970).

La Restauración, la dictadura de Primo de Rivera, la II República y el franquismo lucharon contra los cinturones de chabolas e infraviviendas. Urge preguntarse qué ha pasado para que en una sociedad más libre, desarrollada, igualitaria y escolarizada, con una mayor extensión del bienestar, este proyecto haya fracasado y muchos barrios modestos, dignos y amables se hayan degradado o convertido en los infiernos de bloques semiruinosos controlados por las mafias de la droga. Y hacer algo. Ya.

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