DEBE discurrir sin sobresaltos futbolísticos este último jueves de agosto. Betis y Sevilla se aprestan a certificar de forma definitiva su pasaporte para la que fuese Copa de la UEFA y no se vislumbra en el horizonte ningún motivo para la inquietud. El Betis en casa y el Sevilla de viaje llevan los deberes en orden para que ni los checos del Jablonec ni los polacos del Slask puedan alterar unos planes que se fían para estar en el bombo monegasco.

Estar en el bombo de Casa Grimaldi es de obligado cumplimiento para que el curso no tenga pesos muertos en el apartado económico. Betis y Sevilla sacaron con bien la ida, pero convendría matizar cosas que pasaron para que el conocimiento de ellas dificulte un tropiezo en la misma piedra. El Betis ganó fuera y eso es magnífico, pero igual pudo caer según se desprendía de la pacata imagen del equipo, de cómo siempre anduvo al pairo y a expensas de cualquier accidente.

El 1-2 que se trajo de Chequia debería ser más que suficiente para el visado del salvoconducto, pero hasta el rabo todo lo que pasa es toro y no salir con el cuchillo en la boca podría acarrear consecuencias nefastas. No debe ocurrir esta noche en Heliópolis, como tampoco debe caer en un exceso de confianza el Sevilla en Wroclaw. Dicen que el ambiente está calentito y no estaría de más recordar que mientras jugaron en igualdad numérica, nadie fue mejor que nadie.

Todo derivó a un concluyente 4-1 que deja la eliminatoria prácticamente vista para sentencia, pero no estaría de más recordar cómo Beto evitó una auténtica tragedia en el primer tiempo y cómo la expulsión de un polaco fue determinante para la superioridad que luego subió al electrónico. Dicho lo dicho, insistamos en que los deberes están encarrilados y que no tiene por qué surgir una anomalía que se interponga entre los nuestros y el bombo monegasco, claro que no.