NO queremos a los inmigrantes. Es el reflejo de un espejo convexo. Pero roto a jirones por una falsa solidaridad y una necesidad que ahora se niega. Primero se les dijo y prometieron Dorados y nirvanas que nunca lo fueron. Se les regularizó, incluso masivamente, como acaeció en esta tantas veces desabrida España que bascula entre péndulos de indecisiones y dudas a certezas manifiestas e inconformistas. La tragedia de Lampedusa, pero también la otra silente y que gotea día a día sus muertos en las costas del sur europeo, más lo que el mar cobra como peaje anónimamente en su tributo de muerte, lejos de sensibilizarnos, provoca, directa o indirectamente, reacciones de todo tipo. Londres acaba de anunciar por boca de su ministra de Interior una reforma legal con una finalidad clara, a saber, "crear un entorno realmente hostil para los inmigrantes ilegales".

¿Qué entendemos o debemos entender por entorno hostil? Terrible concatenación de vocablos. Hostilidad frente a quién, por qué, para qué, cómo, hasta cuándo y dónde, con qué consecuencias. La Europa insolidaria, egoísta y maniquea, y no sólo pensemos en ese país, sino en muchos, se abre paso. Tiempos de crisis, en todos los sentidos. Tiempos donde los más débiles son los primeros en ser golpeados inmisericordemente. No hace mucho en nuestro país se anunciaban -eso sí, eran otros gobiernos- cifras millonarias en una década de inmigrantes necesarios para trabajos no cualificados precisamente. Eran tiempos del España va bien, aunque no lo iba tanto y las semillas de lo que hoy sucede y terminó por acaecer están ya germinando invisiblemente para casi todos los que no quería ver.

La rica y sedicente Europa. A la que hoy sobran inmigrantes. Donde las personas no cuentan tanto. Donde las sociedades civiles siguen aletargadas y silentes en una profunda letargia sin vigilia. Estados vigilantes y sociedades resignadas. ¿Ha fracasado el multiculturalismo?, ¿sobra el extranjero, el diferente?, ¿debe expiar nuestros pecados? No queremos ver, somos ciegos viendo, somos sordos escuchando, somos fantasmas sin voz, ni conciencia, ni alma, ni fuerza, ni coraje. Cuánta miseria. Porque la indiferencia nos ahoga también, nos hace naufragar como sociedad, como pueblo, como padres. ¿Qué tenemos que enseñar a nuestros hijos? ¿Qué decirles?

Vergüenza, sí, vergüenza, pero miramos hacia otro lado. Siempre lo hemos hecho. Lo seguiremos haciendo. Así somos. Miles y miles de inmigrantes han venido a Europa, la han forjado toda vez que los europeos fuimos capaces de destruirla hasta en dos ocasiones en los últimos cien años. Se busca crear un entorno hostil, pero quien huye de su país, quien sale de la desesperanza más pobre y trágica rumbo a la tierra prometida, esa tierra que no regala nada, indolente y que apenas da oportunidades, no tiene miedo porque lo que deja atrás es infinitamente peor. El rico Occidente, egoísta y meditabundo, ensoberbecido y embriagado de sí mismo.

Sin papeles, a la intemperie de sus derechos y dignidad humana, potenciales explotados por algunos sin escrúpulos. Inmigrantes, sin nombre, sin rostro, muchas veces, anónimos pero que anhelan una oportunidad, un futuro. En esta misma Europa que un día, uno de tantos, decidió repartirse el mundo, repartirse África, allá por 1885 en la Conferencia de Berlín, cuando muchos habían llegado tarde al reparto. Y también crearon entornos hostiles pero en los países de origen de los que hoy son inmigrantes. En busca de una oportunidad, pero tras ello se ocultaba sigilosa y, a la par, acechante la indiferencia, el desprecio, la humillación, a veces incluso la muerte como sucede con cayucos y barcazas de explotación y negocio para mafias. La tragedia y la bravura del mar los abrazan impunemente, como el egoísmo y el silencio mordaz e indiferente de una Europa cada vez más huérfana de valores y sentimientos. No los indultan en su oleaje de vida y muerte, ahora tampoco en las calles y ciudades. Y la mar cruje de saciedad y vomita los cuerpos descarnados. Y ahora se aspira a que la sociedad colabore denunciando a los ilegales, arrendadores, bancos, empleadores, agencias, iglesias, etc.

Cuanta mezquindad ante el dolor ajeno, dolor humano. La misma historia, historia que no es apenas noticia. No interesa. Es fácil y demagógico culpar al eslabón más débil. Guerra a los sin papeles. Hacerles más difícil su vida para forzarles a marchar, pero adónde? No volverán a sus países de orígenes, serán errantes por media Europa. A continuación otra máxima, primero expulsar o deportar, después apelar. Ya ha superado esta ley la segunda lectura en los Comunes, todo queda abierto. Hay quien ve, y en no menor clave, una no disimulada intención electoral. Y esto ya no es privativo de un solo país, empieza a serlo de toda Europa. Nos sobran. Moneda de cambio. Más en tiempos de paro y donde los ajustes hacen que busquemos culpables.

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