PUEDE que sólo sea una raya en el agua, que se asemeje al viejo dicho de que una golondrina no hace verano, pero el Carranza venidero recuerda en cierta medida al esplendoroso de antaño. En el páramo que representa la realidad actual de los torneos de verano, el Trofeo Carranza es un oasis, una hermosa excepción en la que, como ocurriera en su creación, mucho ha tenido que ver un sevillano y bastante la colaboración del Sevilla.

Cuando para realzar el estadio recién levantado en las afueras de Cádiz como alternativa al vetusto Mirandilla, el alcalde José León de Carranza se apoyó en dos personajes de la vida sevillana a fin de crear algo que le diera un punto futbolístico al verano gadita. Esos próceres fueron Ramón Sánchez Pizjuán y Joaquín Carlos López Lozano, presidente del Sevilla y relevante periodista de idéntica filiación respectivamente. El primero puso el equipo y el segundo publicitó el invento.

Y lo que significó el Carranza no hay por qué recordarlo. Trofeo de trofeos que te permitía ver a unas figuras mundiales que por entonces no nos llegaban vía televisión. Pero esa misma televisión, los apretados calendarios y cómo perdía predicamento el fútbol sin puntos hicieron que el Carranza, como todos los demás trofeos, fuese languideciendo hasta prácticamente morir. Y en éstas que la influencia de Sevilla vuelve a dejarse sentir para que el trofeo vuelva a respirar.

Ya una vez, hace casi tres lustros, reactivó el Betis el Carranza y ahora un sevillano como Manolo Vizcaíno está teniendo un papel decisivo para que el Carranza recuerde lo que durante decenios fue. El hecho de que el campeón de la Liga española y el de la europea estén en el cartel es motivo suficiente como para creer que la resurrección deba ser un hecho. Sólo falta que no sea tan efímera como en anteriores ocasiones aunque la pujanza del fútbol amistoso esté tan en precario.