La Campana

José Joaquín León

Último tramo mariano

PUEDE que Juan Martínez Alcalde fuera un cofrade de otros tiempos, que nació en 1948 por las cosas del destino. Pero, aun siendo fiel a su época, mantuvo un rigor y una sensibilidad artística que le vinculan con los grandes historiadores del siglo XIX, aquellos que se lanzaron a poner luz en la historia de las cofradías y abrir los caminos que después se desarrollaron en el siglo XX, cuando se descubrió a Juan de Mesa, por ejemplo. Y así, Martínez Alcalde, que era licenciado en Historia del Arte, supo combinar la pasión investigadora de los antiguos maestros con los métodos contemporáneos. Y así se le puede considerar como un Bermejo del siglo XX para las hermandades de Gloria, aunque en realidad lo más justo es verlo como el que fue: Juan Martínez Alcalde. Un personaje irrepetible, por sus características personales, e imprescindible para entender la religiosidad mariana de Sevilla.

Fue Juan un capillita exquisito, lo que significa que no estaba en la hoguera de las vanidades cofrades, y por eso nunca se quemó. Sus devociones principales eran la Divina Pastora de Santa Marina, a la que reivindicó en su estricta importancia, y la Virgen de la Amargura, a la que siempre dedicó un amor más íntimo que exhibido. No pasará a la historia de las cofradías y su bibliografía por ser un cofrade exquisito, sino por otros méritos, pero es un dato importante para entenderlo. Como lo es que sus problemas físicos le obligaron a un esfuerzo constante a lo largo de su vida, agravado al final, que le mantuvo al margen de ciertos cenáculos, donde parece que se mueve todo y realmente no se aporta nada. Martínez Alcalde fue Juan y sus circunstancias. Y eso le llevó a perfilar, en su casa de la calle Cedaceros, una obra esencial para entender a Sevilla como Tierra de María Santísima, tal como fue, más allá de los tópicos.

La Sevilla Mariana como fue. Y como a Martínez Alcalde le hubiera gustado que siguiera siendo, con esas vírgenes señoriales de las antiguas collaciones, que se apiñaban en torno a imágenes de gloria sencillas y a la vez sublimes, como su Pastora de Santa Marina, o la Alegría de San Bartolomé, o el Amparo de la Magdalena, o la Salud de San Isidoro, o tantas otras que languidecían, mientras los jóvenes que aportaban savia nueva a las cofradías de penitencia (muchos de ellos obsesionados por el costal o la corneta) le daban la espalda a la mejor historia mariana de Sevilla.

Esa historia es la que intentó revelar Juan Martínez Alcalde en libros que son fundamentales, como su Sevilla Mariana (opus magnum de 1997), Imágenes Marianas de Sevilla, o Hermandades de Gloria de Sevilla. Todo ello estaba anticipado en La Virgen de los Reyes (1989), que es la referencia bibliográfica sobre la Patrona. Pero Juan no se limitó a revelar las antiguas verdades marianas de Sevilla, sino que en otros textos suyos, publicados en el Boletín de las Cofradías, en la revista Miriam y en coleccionables de ABC dio a conocer muchos aspectos inéditos e insólitos de la religiosidad popular sevillana. El coleccionable que publicó sobre La Semana Santa que no sale, con las imágenes pasionistas que están en los templos y no vemos en las calles, es un ejemplo de sus aportaciones más originales.

A pesar de que tenía muchos amigos, muchos admiradores, se podría decir que hasta muchos devotos, creo que Martínez Alcalde recibió bastante menos de lo que entregó. Su talento no se ha desaprovechado, pero no se le reconoció como merecía. Con el tiempo, su recuerdo se alargará.

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