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La tribuna

JOSÉ MARÍA PÉREZ JIMÉNEZ / / PEDRO E. GARCÍA BALLESTEROS

Pactos: pensar alto y actuar bajo

PARA leer los signos de los tiempos, los buenos filósofos se dedican a la actividad que Hegel definió como: "El propio tiempo captado por el pensamiento", el tiempo reflexionado. Posiblemente porque intuía la llegada de una nueva era histórica sin ser capaz de definirla, el genial alemán afirmó: "Algo distinto está en marcha, pero no está escrito." Pues bien, el análisis y la persistencia de los hechos nos conducen al convencimiento de que vivimos un evidente cambio de paradigma que afecta a la construcción del conocimiento y su distribución, a la organización económica, social y política, a las formas de pensar, de organizarse y actuar. He aquí los signos de los tiempos sobre los que todos deberíamos realizar una lectura inteligente y desinteresada.

En este panorama, tenemos a nuestros representantes políticos enzarzados, de nuevo, en sus cuitas de parte y de partido sin entender que el ciudadano de a pie está asistiendo, atónito e irritado, a un espectáculo preocupante, por todos los peligros latentes que conlleva.

¿Creen, pacientes lectores, que éstas son las condiciones para el cacareado pacto educativo? Da la impresión de que cuando no saben qué hacer, o el problema les viene grande, porque no se puede abordar sólo con las interpretaciones tradicionales, recurren a la fórmula denominada pacto. La violencia contra las mujeres no sólo no disminuye, sino que presenta rasgos preocupantes: pacto; las pensiones se encuentran en peligro inminente: pacto; el sistema sanitario gratuito e igualitario, no se puede financiar: pacto; no se sabe qué hacer con la educación: pacto. Tan reiterada es la fórmula, siempre ante problemas cruciales relacionados, sobre todo, con la igualdad de derechos, que se podría decir que bajo las referencias a los pactos, se ocultan ineptitud, engaño a los ciudadanos e, incluso, un intento de silenciar y ocultar los problemas.

En un artículo anterior, publicado en septiembre pasado, ya nos pronunciamos sobre las condiciones básicas de un acuerdo educativo de alcance, con mirada de altura y para el largo plazo y, al mismo tiempo, revisión y determinación de medidas concretas sobre los principios básicos de una sociedad aplicados a la educación: qué enseñar; cómo conjugar la igualdad real, ante la educación, con una triple red, pública, concertada y privada, que da lugar a diferencias importantes; qué debe hacerse para superar la ruptura de la cohesión social del país que genera la doble Administración Estado-comunidades autónomas, con diferencias entre las mismas que son alarmantes; cómo recuperar el compromiso ciudadano y profesional con la educación en una sociedad del espectáculo donde miramos más que hacemos; de cuántos recursos estamos dispuestos a dotar a la Educación…, etc. En definitiva, un pacto por la educación requiere unos mínimos acuerdos sobre qué país se pretende gobernar y con qué democracia se quiere convivir. No olvidemos que una mala educación genera una mala democracia, que la educación pública es la mejor y casi única defensa de la democracia. Por tanto, el pacto requiere la revisión y el acuerdo sobre los fines y principios esenciales, así como la construcción de un nuevo relato que conjugue tradición y novedad, pero con visos de nuevos tiempos. Para todo ello se hace necesario: "pensar alto y actuar bajo".

Contrariamente, en la actualidad, se está actuando en sentido contrario, no sólo no se piensa alto, sino que se actúa demasiado bajo. Como ejemplo demostrativo, sirva el siguiente; hace unos días, una directora comprometida de un centro público, nos hablaba desesperada de las consecuencias de los recortes, de facto, en la plantilla, y la desorganización producida en el colegio, como consecuencia de la introducción de una segunda lengua extranjera en la Educación Primaria cuando, por cierto, todavía se está intentando consolidar la primera. La llegada de un nuevo especialista, en dicha lengua, había sido en detrimento de un maestro de Primaria, de los que pueden impartir varías áreas, pero además, dando lugar a que alumnos menores de once años, puedan llegar a tener siete u ocho maestros distintos, en una misma semana. Alguien ha reparado, antes de adoptar esta medida, si la misma va a mejorar la igualdad en educación entre los diferentes niños que estudien la segunda lengua, o la cohesión social entre los ciudadanos de diferentes regiones y barrios. Con la experiencia que nos avala, ya les podemos asegurar que no. ¡Pues éstos son los mimbres con los que se propone un pacto!

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