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La ciudad y los días

Carlos Colón

Por qué nos felicitamos

LA deriva bárbara, pantagruélica, ferozmente consumista, groseramente gastronómica, irracionalmente derrochadora, fatigosamente festiva, agotadoramente trasnochadora y emocionalmente superficial (y por ello sensiblera y exagerada: las emociones forzadas siempre incurren en el exceso) que desde hace años ha tomado la Navidad, tiene una explicación muy fácil: la mayoría ha olvidado lo que se celebra, por qué nos felicitamos, se adornan las mesas, se trabaja tanto en las cocinas y hacemos regalos. En definitiva: se ha olvidado el origen de esta fiesta y la causa de esta alegría.

Cuando esto pasa la fiesta se convierte en un toro burriciego que da cornadas de tristeza, una condena a la sonrisa forzada y la felicidad fingida, un vacío cuyo fondo de melancolía malamente se disimula con excesos, dispendios y abalorios. Las fiestas religiosas que han olvidado su origen degeneran en bacanales tristes. Le pasa a las navidades, le está pasando a la Semana Santa y sucede en todas las religiones. El Ramadán que no tiene en su centro la celebración de la primera revelación del Corán a Mahoma es sólo dieta de día y hartón nocturno. Los judíos que olviden la liberación del cautiverio en Egipto reducen el Seder de Pesaj a una comilona. Cuanto mayor sea este olvido del origen, mayores serán el exceso y el estruendo con que se festeje: en las estancias vacías los ruidos se multiplican hasta hacerse insoportables.

Si se ha hecho de las navidades una gran estancia vacía, que va de hoy al seis de enero (con el prólogo de las comidas, cenas, copas y trasnoches de amigos y colegas), es lógico que los ruidos y excesos se multipliquen hasta hacerlas odiosas para muchos y vulgares para todos.

Es curioso este proceso: quienes no creen vacían la fiesta de contenido para después quejarse de tanto vacío, vulgaridad, hartazgo, ruido y gasto. Quienes, por el contrario, saben por qué están alegres estos días, por qué se reúnen con quienes quieren, por qué se felicitan y por qué se intercambian regalos; es decir, quienes no han olvidado el origen que da sentido a la Navidad, la celebran con la serena moderación de quien sabe lo que hace y por qué lo hace. Y lloran a quienes no están, pero sabiendo con Quien están. Porque creen que Dios se entregó por amor a los hombres, encarnándose en un niño indefenso que asumió la suerte de los más desfavorecidos al nacer en condiciones extremas de persecución y pobreza. Y se alegran y conmueven profundamente por esta indefensa irrupción de la Eternidad en el tiempo, a la vez que se felicitan por ello y lo festejan. Así de simple. Felicidades.

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