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de libros

La orilla del tiempo

Athenaica recupera este maravilloso opúsculo de Díaz Tejera, editado en 1982, cuya singularidad radica, no tanto en su voluntad de documentar la presencia de Sevilla en los textos greco-latinos, cuanto en la inesperada dificultad que ello comporta. Dicha dificultad, tan recordada por Momigliano, no es otra que la preferencia del historiador antiguo por la política y la guerra. Lo cual implica, necesariamente, que los tiempos de paz no son buenos tiempos para la Historia; pero también que el oficio de Heródoto y de Tito Livio no es sino una noble prefiguración del periodismo. A esto debe añadirse una tercera fantasmagoría, que se deriva de la propia falibilidad del testigo, y de la dificultad para desentrañarlo dos milenios más tarde.

Es de esperar, por tanto, que la Sevilla que nace de estos testimonios conserve, de algún modo, un contorno brumoso. La propia etimología de Hispalis, aventurada por San Isidoro, no deja de ser un error lleno de lógica y veracidad. La Sevilla, pues, que se amoneda en este breve y centelleante mosaico, es aquella que conoció la trepidación de las guerras púnicas y la posterior romanización de Hispania. También la que contemplará la cabeza de Cneo Pompeyo tras la victoria de César en la guerra civil. Una vez pacificada la península, sin embargo, Hispalis se sumirá, como parece lógico, en un sopor noticioso del que no saldría, acaso, hasta entrada ya la Edad Media. De ese tiempo que precede a la cristianización del mundo, Díaz Tejera rescata el martirio de Justa y Rufina, recogido en el Pasionario Hispano, tras no ofrecer su óbolo a Salambo, la diosa babilónica (recuerden la Salambó de Flaubert, tan próxima al orientalismo de Gustave Moreau).

Con ese terrible testimonio se cierra el libro. Pero no así el círculo y la reverberación de cuanto en él se encierra. Son las numerosas notas de Díaz Tejera, llenas de una caudalosa y fértil sabiduría, las que engrandecen y explican, como llegado de otra orilla del tiempo, el breve bulto de estas páginas.

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