Con una felizmente masiva respuesta del público, el segundo concierto del ciclo de cámara de la Sinfónica ofrecía un interesante y atractivo programa conformado por arreglos de época de dos famosas obras del repertorio romántico. No está muy claro si el responsable del arreglo para piano y quinteto de cuerdas del concierto nº 2 para piano y orquesta de Chopin fue el propio compositor o el pianista Kalkbrener con el visto bueno del polaco. Con esta conformación instrumental es necesario aquilatar hasta el máximo el balance sonoro entre el piano y las cuerdas, algo que no siempre funcionó con la especial acústica de la sala, pues a menudo el piano tapaba a las cuerdas en los pasajes en forte. Kuchaeva mostró espléndidas dotes técnicas con una pulsación precisa y ágil, quizá demasiado enérgica en los pasajes más densos. Pero su fraseo resultó demasiado cuadrado, metronómico, sin permitirse apenas (sobre todo en el primer tiempo del concierto) libertades expresivas por medio del rubato, algo casi esencial cuando hablamos de Chopin.

En cuanto al quinteto, en la versión extendida de la Kreutzer, se notó que se trata de un conjunto eventual, no fijo, pues se apreció una clara disparidad en materia de articulación y de energía en los ataques, con un Dmitrienco cuyo sonido (algo estridente en la franja más aguda) se imponía al de un muy discreto segundo violín frente a un chelo de mediana relevancia sonora. Aún así, brillante versión del Finale.