Crítica de Música

Nuevas ilusiones

Un momento del Concierto de Año Nuevo que ofreció ayer la ROSS en el Teatro de la Maestranza.

Un momento del Concierto de Año Nuevo que ofreció ayer la ROSS en el Teatro de la Maestranza. / víctor rodríguez.

Estaba exultante John Axelrod al hacer su aparición en el escenario del Maestranza, feliz de anunciar que el reciente acuerdo entre Ayuntamiento y Consejería de Cultura ha posibilitado un balón de oxígeno para las cuentas de la Sinfónica. El acto simbólico, suyo y de todos los integrantes de la orquesta, de quitarse el lazo verde que desde hacía un año visualizaba la reivindicación de los músicos por la continuidad y estabilidad del conjunto sinfónico puede entenderse como un voto de confianmza hacia los responsables políticos del sostenimiento de nuestra orquesta, pero bien harían en estar alertas. Porque, dados los antecedentes, y conociendo a quien está al frente de la Consejería de Cultura, dentro de un año puede que estemos con las mismas incertidumbres. Porque hay que recordar que lo que se ha acordado (esperemos que ahora sí en serio, no como hace unos meses) es sólo una aportación parcial de la cantidad que la Junta adeuda a las arcas de la Sinfónica que en ningún caso resuelve la situación, sino que prorroga por un año el volver a plantearse el futuro de la orquesta.

Supongo que Axelrod será consciente de la realidad, pero el caso es que se le vio henchido de entusiasmo a todo lo largo del concierto, en el que se implicó de forma intensa y con resultados más que brillantes con la colaboración de unos músicos muy motivados que dieron todo lo bueno que atesoran en este recibimiento del Nuevo Año.

Desde que arrancó Oro y Plata de Lehár se pudo apreciar un sonido denso, empastado, de fuerte carga de sensualidad sonora en las cuerdas y con rutilantes prestaciones de los vientos. El famoso rubato vienés (esa manera tan peculiar de alterar con levedad la duración del segundo tiempo del 3/4) apareció en el segundo tema, igual que haría en el segundo tema de Vida de artista, que comenzó con algunos desajustes en las cuerdas y que derivó en una espléndida obertura de El barón gitano, con un espléndido solo de Sarah Roper. Axelrod firmaría a continuación brillantes versiones de las danzas de Tchaikovsky, con unos inspirados metales y un soñador solo de Daniela Iolkicheva. Y como colofón, antes de las esperables propinas, la matizadísima y transparente versión de la forma estilizada, elegante, de entender el vals de Richard Strauss.

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