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De librerías

Ningún libro solo sirve para interpretar el mundo; se necesitan muchos para curar las carencias que nos aturden

Tal vez estén saturados de todo cuanto atañe a la cuestión catalana. Incluso pueden estar hastiados del narcisismo político exhibido por aquellos escenarios. Pero si, de todos modos, un cierto grado de solidaridad les empuja a mostrar su calor a los catalanes que, sin ser causantes, padecen el conflicto, ahora, en estos días tienen una oportunidad. Basta con recorrer unas calles y entrar en los cines en que se ha estrenado La librería. Ver esta película supone un gesto de reconocimiento hacia una mujer, una directora de cine catalana, Isabel Coixet, que en los momentos más duros del envite secesionista -cuando ellos aún pensaban en ganar la partida- tuvo la valentía de denunciar en voz alta, y por escrito, la cara olvidada de la confrontación, la situación vivida por los que se sentían desterrados y humillados en su propia tierra. Este merecido signo de respaldo ético a la directora, debería llenar las salas. Pero, además, la película, por sí misma, reclama que se vaya a verla. Porque ayuda a comprender ciertos sucesos particulares de Cataluña, y, por otro lado, ilustra muy bien las dificultades de una mujer que, gracias a los libros vendidos en su tienda, busca llenar las carencias del pueblo donde instala su librería. Una sabia y solitaria voluntad enfrentada, pues, a la interesada inercia de todos los demás habitantes. Un antiguo y renovado mito de heroicidad que se mantiene vivo porque todavía constituye un estimulante y necesario modelo de comportamiento.

Pero la película aún esconde otro aliciente. Tras ella yace una hermosa obra: la novela del mismo título, La librería, de una autora inglesa, Penelope Fitzgerald, publicada en 1978, traducida por la editorial Impedimenta en 2010 y reeditada en estos mismos días, para servir de apoyo y complemento a la película de Isabel Coixet. Así, a la salida del cine, podrá prolongar el paseo y trasladarse a una librería (esta vez debe ser real) y adquirir La librería de papel, y someterse a esa fructífera operación intelectual y a ese sutil juego de espejos de comparar el artificio de la imagen cinematográfica y la narración literaria. Comprobará que ninguna versión imaginaria agota a un personaje cuando lo moviliza un deseo noble y generoso. Por eso ningún libro solo sirve para interpretar el mundo. Se necesitan muchos para curar las carencias que nos aturden; y, por eso, cuántas más librerías estén disponibles mejor. Esa fue la misión que se impuso Florence, la protagonista de una novela y una película que pueden llegar a curar.

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