Viene este domingo a escena el que quizás haya sido el teatro más emblemático de los muchos que han jalonado la vida de Sevilla en el apartado del arte de Talía. El teatro San Fernando acogió entre sus paredes a lo más variopinto de la oferta teatral y sirva como ejemplo de su pluralidad el hecho de que se inaugurase el 21 de diciembre de 1847 con Lombardi, una ópera de Verdi, para que se arriase definitivamente el telón en junio de 1969 con una gala flamenca organizada por la entonces pujante Tertulia Flamenca de Radio Sevilla.
Ciento veintidós años de vida tuvo un teatro que fue la primera construcción sevillana con estructura metálica. A instancias del Conde de San Luis, influenciado por la Reina Isabel II, fue promovido por los empresarios Julián José Sánchez y José de Casso, corriendo el proyecto a cargo del arquitecto Manuel Portillo Navarrete y ejecutado por los ingenieros galos Gustavo Steinacher y Paul Rohault de Fleury. Se edificó donde estaba el desaparecido hospital del Espíritu Santo, perteneciente a la Junta de Beneficencia.
Dicho edificio daba a tres calles, las de Colcheros (Tetuán), Lombardos (Muñoz Olivé) y Naranjuelo (Méndez Núñez). El edificio se levantó en un tiempo récord, unos dos años, costó dos millones de reales y contaba con un aforo capacitado para 3.000 espectadores. De la decoración se encargaron dos artistas de la categoría de Antonio Cabral Bejarano, director del Museo de Bellas Artes, y Juan de Lizasoain, profesor de la Academia de Santa Isabel de Sevilla.
En aquel tiempo era el Teatro Principal el que monopolizaba la atención del público sevillano, monopolio que acabó con el nacimiento del San Fernando, abriéndose una gran competencia entrambos. La batalla acabó ganándola el San Fernando, obligando al Principal a reconvertirse en salón de variedades. Desde la noche de Lombardi, la pujanza del Teatro San Fernando fue in crescendo.
En un principio, la ópera y la zarzuela fueron los géneros habituales y el navarro Julián Gayarre, una de las estrellas más repetidas en su cartelera. Junto a la ópera y la zarzuela, mal calificada de género chico, el teatro tuvo también capital importancia en la vida del coliseo de calle Tetuán. Pero los gustos del público fueron cambiando hasta que la copla y el flamenco irrumpieron de forma imparable.
Tremenda la irrupción de la pareja más popular de mucho tiempo, la que formaban Lola Flores y Manolo Caracol, que se las aviaban para colocar el no hay localidades cada vez que venían a Sevilla. Y como a Sevilla venían a menudo por la sencilla razón de Caracol vivía en la calle Gravina y Lola en Teodosio, lo cierto es que la pareja no podía ser más rentable para la empresa.
Y si no estaban esos dos temperamentales genios, pues ahí aparecía Juanita Reina. La gran cupletista macarena vivió en el San Fernando noches apoteósicas. Y la particularidad de este coliseo fue que de Concha Piquer se pasaba al estreno de una obra de Buero Vallejo sin trabajo alguno. Como se iba de Marifé de Triana al ¿Dónde vas, Alfonso XII?, de Luca de Tena, pasando por Antonio Machín, Juan Valderrama o el pregonero de turno, salida a hombros incluida de Antonio Rodríguez Buzón.
Una de las últimas apariciones estelares en el San Fernando fue la de Rocío Jurado en 1967, poniendo al público en pie con Callejuela sin salida o Tengo miedo. El San Fernando era para las folclóricas lo que para los toreros significa la Maestranza, así como el madrileño Teatro Calderón era algo así como Las Ventas en el apartado taurino.
La última noche, junio de 1969, triunfaron Antonio Mairena, Pepe Menese, Chocolate y Naranjito de Triana. Un mes antes, domingo 18 de mayo, el teatro estuvo a punto de no necesitar de la piqueta para ser derribado cuando un joven catalán llamado Joan Manuel Serrat traía sus poemas cantados de Antonio Machado. Cuando cerró con La Saeta, el viejo coliseo de la calle Tetuán no se vino abajo porque Dios no quiso. A los cuatro años sí que apareció la piqueta.
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