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Nati y Pepita, dos ejemplos de vida

  • Semblanzas. Una ha muerto con 103 años. Coetánea de la Primera Guerra, vivió cuatro décadas en Maese Farfán. La otra bajó desde la Montaña para afincarse en Andalucía

La calle Maese Farfán, en el barrio de Nervión.

La calle Maese Farfán, en el barrio de Nervión. / Juan Carlos Vázquez

Madre no hay más que una, cierto, pero son muchas las que en un momento dado ocupan ese lugar para que uno supere los momentos puntuales de orfandad. A mi madre le hablé muchas veces de dos de estas formidables colaboradoras. Una se llamaba Natividad García, la otra Pepita Martínez. Las dos se han ido con muy pocos días de diferencia. Hay muertes que son lecciones de vida.

Nati, apócope de Natividad, es una de ellas. Cuando nos rasgamos las vestiduras por un resfriado político, léase un cambio en la Presidencia del Gobierno, ella recibió ese nombre porque nació el día de Navidad de 1914. Con 103 años, ha visto pasar dos guerras mundiales, una Guerra Civil, una República, una dictadura, más de un siglo de Olimpiadas, aunque esa cuenta la lleva mejor su hijo, que se ha dedicado al periodismo deportivo. A partir del día en el que su hijo y yo nos hicimos amigos, cosa que ocurrió en la primavera de 1982, Nati se convirtió en una embajadora de mi madre en Sevilla, pródiga en sus desvelos para que no le faltara nada a ese amigo de su hijo que deambulaba entre la bohemia impostada y la adicción a la comida en los bares baratos, dos ejes fundamentales de lo que entonces entendía que debía ser la vida de un periodista dispuesto a comerse el mundo. Lo más difícil en esta vida es ser una buena vecina, y Nati lo era con creces. En el tanatorio, serena en su ataúd, le habían colocado una corona que llevaba la rúbrica de la comunidad de propietarios de la calle Maese Farfán, donde ha vivido las últimas cuatro décadas. Mujer de su tiempo, lectora infatigable, siempre sonriente, fue secretaria de Jose Luis Arrese cuando este falangista bilbaíno fue gobernador civil de Málaga. Después fue ministro de la Vivienda con Franco y ella se casó y se fue a vivir al barrio de Heliópolis, el barrio donde creció Felipe González, el primer socialista que presidió un Gobierno después de la guerra. 103 años de vida, dura como el coñac. Hoy sus vecinos le hacen una misa de funeral en San Benito, la iglesia que se llama como los campos de fútbol donde su hijo y yo jugábamos a los Ajax de Amsterdam.

Cuando yo conocí al hijo de Nati vivía de alquiler en un piso de la calle Galera, en el barrio del Arenal. Tiempos del 23-F, del Mundial de España y del triunfo electoral del vecino de Heliópolis.

Allí tuve por vecina a Pepita Martínez. Con ochenta y muchos años, hace quince días su hijo Pepe me enseñaba unas fotos de su madre con sus tres hermanas, las cuatro viudas, en el encuentro anual en el pueblo cántabro de Cóbreces, y su fortuita participación en un programa de España Directo. En aquella época compartí piso con Paco Luis Murillo, también periodista. La nocturnidad era mi ingenua alevosía y siempre le dejaba a Pepita una nota para que me llamara a la mañana siguiente. Cuando abandoné el piso en una vorágine de mudanzas, me mostró la colección de notas que le dejaba bajo la puerta. Su casa era un país de niños que se fue despoblando con los amores y los trabajos.

El año pasado estuve en su casa, me contó su particular historia, la de tantos foramontanos o jándalos que bajaron de la Montaña buscando las Américas y se quedaban en la Jandalucía. Su hijo Daniel fue profesor de Literatura en el San Isidoro; Isabel estudió Periodismo y ha sido siempre una luchadora por la vida y Pepe trabaja en una copistería de la calle Feria, El Taller de la Copia. Al ver la foto de su madre y sus tres tías, las alegres viudas de Cantabria, le dije que me recordaba a las tres hermanas Arenas, las hijas del Capitán de la última novela de María Dueñas.

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