Calle rioja

Prórroga en los soportales

  • Fernando Mansilla presentó su primera novela a cien metros de la plaza del Pumarejo, donde se inicia su acción, y llenó pese a competir con dos partidos de fútbol.

LA librera tenía sus temores justificados. La presentación coincidía con el final de un partido de fútbol y el comienzo de otro. Dos semifinales de la Copa del Rey. Pero en El Gusanito Lector ganó el rey de copas. Los que acudieron a la presentación y lectura de la novela Canijo, de Fernando Mansilla, habrían llenado el 13 ó el 14, líneas de Tussam que tienen parada junto a la librería.

"Veo mucha gente del barrio". Lo dice a modo de saludo Olga Beca, socia junto a Antonio Rubiales-Cabello de la editorial El Rancho donde Mansilla publica esta historia "de los años duros, los de la heroína, los del tremendo enganche". Van quedando pocos lugares donde este barcelonés de cuna afincado en Sevilla no haya mostrado su artística polivalencia como actor, cantante y ahora novel novelista.

Goteo de arte y de sensibilidad que ha ido derramando en diferentes escenarios: la cantina del mercado, la peluquería de Melado, el teatro Duque, el teatro Central donde leyó textos de Álvaro Cunqueiro, el palacio de los Marqueses de La Algaba en el que actuó como maestro de ceremonias de la gala del teatro.

Una novela de barrio y universal. "Sucede en Sevilla, pero podía haber ocurrido en cualquier otro sitio". El primer capítulo de Canijo se titula Plaza del Pumarejo. A cien metros sin correrlos como Carl Lewis desde la librería, por la calle Relator allende el bar de Gonzalo y la carbonería de Luis. El corazón de la Macarena que cruza la calle San Luis, donde vive la familia Molina, protagonista de una pelea, encuentros en la tercera planta, en las Tres Mil. Un episodio que parece una película de George Roy Hill con música de Los Chunguitos.

En la cronología de la novela aparece marzo de 1980, pero los protagonistas permanecen ajenos al 28-F que había tenido lugar unos días antes. Y el verano de 1982, estío del Mundial de Naranjito junto al patio de los Naranjos. "Es una historia de ficción con detalles muy reales y personajes inspirados en personas que los vivieron. Cuento una historia de la que fui testigo directo".

Se pone de pie y se vale de un atril para leer algunos párrafos de la novela. Las portadas de algunos libros con sus celebridades lo escrutan con ojos de gloria: Flaubert, Bukowski, Baroja, Conrad, Nietzsche. Han llegado los primeros comensales al restaurante El Jueves. Está iluminada la torre almohade de Ómnium Sanctórum. Parroquianos del bar Guadiana entran para ver el partido y salen para fumar mientras ven el duelo de los equipos madrileño. Después jugarán Barcelona y Real Sociedad, pero el oso del que habla Mansilla no es el oso rubio de Hungría, aquel Platko del poema de Alberti, sino el oso bizco de la familia de los Fernández, uno de los contendientes. Televisan dos partidos, pero en la librería hay gente que asiste a esta prórroga en los soportales que siguió a la batalla campal y destello de albaceteñas.

Empieza la novela en una buhardilla del barrio de San Julián. Un día de verano que ponen Mujeres enamoradas de Ken Rusell en el cine Ideal. Murió la selecta nevería. Mansilla sitúa la historia entre los años 1982 y 1989. Desde el Mundial hasta la caída del muro de Berlín. Aquí cayeron otros. "Poco antes de la Expo, vinieron las inmobiliarias y la metadona y la heroína fue recluida a los barrios".

En pleno glamour de la movida madrileña, la Sevilla de Canijo, "la voz y los ojos de una novela coral", asiste al tránsito de gente de clase "medianamente acomodada" que acude al Pumarejo, a la Macarena en busca de la droga, cruce de códigos "con gente curtida en la calle y con la Policía". Un laboratorio ético en el que había "una línea muy sutil entre ser una buena persona y un julai. Tenías que dar la cara, aunque te la partieran".

La novela, dice Mansilla, es de ida y vuelta, porque es un homenaje a los personajes que la protagonizan, un camposanto. "Muchas de esas personas fallecieron, murieron familias enteras, entró el sida en acción y muchos de ellos eran consumidores". El atlas sigue en su sitio, la geografía "de calles y callejones". Plaza de la Mata, Joaquín Costa, Niño Perdido. Las referencias extranjeras son para gentilicios de la droga: la heroína turca que llega por la estación de autobuses del Prado de San Sebastián.

¿Héroes de la heroína? El autor, que se sabe observado por Baroja, Conrad y Flaubert, plantea un debate moral de alto calado. "El veneno te lo venden en cualquier lugar sin receta. La droga no, porque es un negocio, un gran negocio. Hay una cuestión moral: no está bien drogarse. Sólo lo puedes hacer con receta si estás deprimido, si estás enfermo. Y entre el negocio y la moralina, viene la tragedia por estas tonterías".

Del chut al chute. De los partidos a la pelea entre los Martínez y los Fernández en las Tres Mil Viviendas. Suena un clarinete en las primeras escenas, no hay música reggae porque Bob Marley es el nombre en la jerga de los porros con dos papeles. Utiliza Mansilla muchas expresiones de la etnia gitana, los grandes protagonistas de su epopeya, mitad canto de esperanza, mitad certificado de defunción.

El libro como producto es tan coral como la propia novela. La apuesta de una editorial joven y diversificada donde hay un asesor editorial, Manuel Rosal, un diseñador de cubierta, Daniel Alonso, y agentes multiplicadores como Pablo Peña, ilustrador de la cubierta y que también participa con Darío del Moral en tareas de distribución y venta online. Esperanza Alcalde, la librera, superó sus temores: el fútbol, el segundo en abierto, no le restó público al suceso literario. Llenó la librería de Canijos, palabra tan del gusto de la presidenta.

Mansilla, el hombre-orquesta, es asiduo paseante por la Alameda treinta años después del 28-F, del Mundial que convirtió a Sevilla en una ciudad brasileña aliñada con faldas escocesas.

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