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Metrópolis. Barriada Murillo

Una paleta con todos los colores de la vida

  • Lección. Un viaje a las Tres Mil Viviendas con el máximo especialista en la obra de Murillo, el catedrático de Historia del Arte Enrique Valdivieso. Recién llegado de París, encontró el corazón del pintor en un barrio donde la vida corre a borbotones

Nayma, Zíngara y Mercedes han pintado a Murillo en el colegio Manuel Giménez Fernández. Sonríen como niños de los cuadros de Murillo. La escena no le pasa desapercibida a Enrique Valdivieso, máximo especialista en el pintor. "En Zurbarán no hay un solo niño que sonría". Las niñas juegan en torno a los mayores que están sentados en este bloque de la calle Luis Ortiz Muñoz. Dos símbolos destacan. Una obra de Murillo recreado por grafiteros que Valdivieso reconoce como interpretación con viviendas del Polígono Sur del cuadro Los tres muchachos, obra de 1670 cuyo original está en la Dulwich Gallery londinense.

El otro símbolo es un escudo del Barça. "Aquí todos somos culés", dice uno de los chavales. El predicador balompédico fue Antonio Rodríguez Flores, nacido en Santa Coloma de Gramanet. "Lo de Cataluña es un golpe de Estado, no creo que gane la independencia". Ignacio, su consuegro, lo corrige cuando atribuye a Murillo La Mona Lisa. "No hombre, ése lo pintó el inventor".

En un extremo de la barriada Murillo están las 800 Viviendas, que dan nombre a una peña recreativa cultural en la que una docena de hombres, entre jugadores y espectadores, siguen las incidencias de una partida de brisca. La voz cantante la lleva Emilo Caracafé, un artista del barrio y del universo. "Una genialidad", dice de Murillo. "Tuvo que ser medio gitano. Algo tenía que tener". "Tenía genio, eso sí", apunta Valdivieso mientras Nene, hermano de Caracafé, que trabaja en mantenimiento de Tenis Betis, señala un bloque de siete plantas abierto en canal "con la cantidad de gente que no tiene vivienda".

A la peña nos ha remitido Manuel, 28 años, que trabaja en el hospital Virgen del Rocío, pasea a su niña en el carrito y cuenta que jugó en el Murillo, que ya desapareció en este barrio cantera de muy buenos futbolistas. "Me entrenaba Monsalvete".

Enrique Valdivieso había llegado la víspera de París, donde participó en una feria de anticuarios. Cogemos un taxi en la calle Mateos Gago. El taxista sabe perfectamente la dirección del centro cívico El Esqueleto. Se crió en Los Pajaritos y probablemente después le contaría a su mujer que llevó en el taxi a un hombre que contaba que Murillo no había tenido nada que ver con que Zurbarán se volviera de Madrid, donde había querido ser pintor del rey con la ayuda de Velázquez; que la peste de Sevilla de 1649 se llevó por delante a la mitad de la población y Murillo sacó a los niños de sus casas para meterlos en sus cuadros y humanizar así la relación con el más allá con un acercamiento del cielo a la tierra porque a tanto dolor no había que añadirle una Iglesia del pecado, el infierno y la mortificación. Desde el taxi el callejero muestra nombres como Ramón Carande, "imponente personaje", o Plácido Fernández Viagas. "Yo conocí a Pepote".

Nos sentamos en la parada del 31 junto a El Esqueleto. Se oye el ruido de los coches y la música a toda pastilla. Aparece nuestro hombre en el Polígono Sur. Antonio Ortega nació en las Casitas Bajas, se crió con los hermanos Amador y ha vuelto a su infancia con un libro, La Zúa, que ocupaba un espacio donde ahora está el Parque Guadaíra. "Eso no se borra nunca", dice Valdivieso, a quien Ortega le regala un ejemplar de su biografía del Bizco Amate. "¿Son tres mil viviendas juntas?", pregunta el catedrático de Historia del Arte, que llegó a Sevilla en octubre de 1976 y en cuatro décadas sólo vino una vez a este barrio, a un funeral en la iglesia de Jesús y María.

Las Tres Mil Viviendas se subdividen por cuatro colores. Caminamos por los Verdes. "El color de Murillo era el áureo, el color de la luz que vencía a las tinieblas". El paseo es una clase de literatura. En la calle Los Gozos y las Sombras, como la novela de Gonzalo Torrente Ballester, un cartel anuncia una obra de instalación de ascensores. "En una revista de arquitectura", cuenta Ortega, "eligieron las Tres Mil como barriada modélica por su infraestructura y calles abiertas, y la que salía peor valorada era Los Remedios". Los Gozos y las Sombras. Parece un retrato de un barrio del Sur que a Valdivieso, en las perspectivas amplias, le recuerda al neorrealismo italiano. Cuando después de este viaje al centro de la tarde, parafraseando el título de la novela de Celine, regrese a la calle Mateos Gago y se la encuentre atestada de turistas, la ciudad alegre y confiada, no olvidará esa estampa de dos gitanillas bailando en lo alto del capó de un coche cerca de donde juegan la partida de brisca.

"Cuenta que se me iluminó la cara", dice Valdivieso al reparar en el nombre de la calle. Los Santos Inocentes, la novela de su paisano Miguel Delibes que llevó a Alfredo Landa y a Paco Rabal al festival de Cannes. "A Delibes le gustaría pasear por aquí, ver lo popular no extinguido, cruzarse con una señora que te da las buenas tardes, que ya nadie te las da en el centro. Las grandes ciudades se están deshumanizando". El cielo ya no abraza a la tierra ni la tierra, que la estamos expoliando, se abraza a sí misma. Valdivieso trató mucho a Delibes. "Yo era compañero de clase de su hijo Germán, que es catedrático de Prehistoria, y su padre venía muchas veces a tomar café con nosotros. Vivía en un séptimo piso desde el que se veía el campo del Valladolid".

No hay franquicias en la Barriada Murillo ni en todo el Polígono Sur. En un cartel se lee Desavíos, Chuches, Helados. Juegan al fútbol en los campos de Las Letanías y el del Sevilla 3000, equipo histórico de la barriada, frente al colegio Andalucía donde estudió Antonio Ortega. De este poeta, periodista y crítico flamenco, donde más afinidad ve Valdivieso es en su condición de biógrafo del Pali. "Un personaje interesante. Lo veía muchas veces sentado en la puerta de su casa de Tomás de Ybarra".

La familia era un núcleo fundamental en la Sevilla de Murillo. Se quedó huérfano de padre, un barbero-cirujano "que lo mismo raspaba barbas que sacaba muelas sin anestesia, con tenazas". Al morir su progenitor, las que cuidarán de Murillo, el pequeño de doce hijos, fueron sus hermanas mayores, "no sus hermanos". La gente no sabrá quién es Murillo, pero representan la esencia y el alma del pintor. A veces, la sociedad del conocimiento pasa de puntillas por el conocimiento de la sociedad y sólo ve cifras, estadísticas.

"Pensaba encontrarme un paisaje desolador y me he encontrado un lugar lleno de vida, pero de vida auténtica. Es una de las lecciones más hermosas que he recibido en mucho tiempo", dice Valdivieso. Un coetáneo del pintor, el imaginero Juan Martínez Montañés, da nombre a otra de las barriadas. Mantiene una relación generacional con Juan de Mesa similar a la que pudo tener Murillo respecto de sus mayores Velázquez y Zurbarán. "De respeto y distancia". En este paso por calles con nombres de novelas o clásicos de la literatura -Perito en Lunas, Luces de bohemia, Rimas y leyendas- Valdivieso cuenta que por su casa han pasado todos los que han novelado la vida y obra de Murillo: "Se los lee mi mujer".

Antonio Ortega conoce al dedillo el dédalo de la barriada, eterna asignatura pendiente de todos los Ayuntamientos. Dice Caracafé que los grafitis de Murillo y de Camarón, éste en Las Vegas, son intocables en una barriada llena de pintadas, casi todas con romances de valentía.

Cerca de La Oliva, un señor lee una novela en una mesa de la cervecería Las Gambas. La enseña gustoso. Se titula La ciudad. Su autor se llama Luis Zueco. "Es una novela medieval ambientada en Albarracín, en la línea de El nombre de la rosa". En el televisor, que no mira nadie, se barruntaba la paliza de Eslovenia a España en el Eurobásket.

El catedrático prepara los itinerarios de Murillo para su cuarto centenario y una primicia sobre la escuela de Murillo. "Ni los especialistas son capaces de distinguir a sus discípulos". El pintor de los niños de Murillo fue un niño bautizado el primer día de 1618 en la parroquia de la Magdalena, la misma donde bautizaron a Bartolomé de las Casas. "Nos dio un año más de plazo para organizar el centenario".

En su tiempo vivieron Góngora y Quevedo, Velázquez y Zurbarán; Cervantes había muerto un año antes. "En una sociedad precaria, donde no sobraba nada y todo se conquistaba con talento". El infortunio era el Sillicon Valley de la época. Unos años antes, como recordaba el consuegro del de Santa Coloma de Gramanet, culé de norte a sur, la Armada Invencible fue derrotada por los ingleses. Pero ésa es otra guerra.

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