¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Florido erial
La Semana Santa quedó atrás. Enmudecieron tambores, cornetas y saetas (más abundantes, sinceras e improvisadas, en Marchena en el amanecer del Viernes Santo que en ocho días en Sevilla). Pasó la época del año en que incluso quienes no se recuerdan cristianos están pendientes de un Nazareno, de un Crucificado, de su Madre. Por inercia, por tradición, por lo que sea, no necesariamente un sentimiento ni menos una certidumbre religiosa consciente. En todo caso, una época de mayor presencia de lo religioso en las calles de Sevilla.
Hoy iba yo, andando por el centro de nuestra ciudad, a una reunión. Y me fijé en que las iglesias estaban cerradas. Un hecho habitual en toda España. Nuestras iglesias están cerradas salvo en horario de cultos y muy poco más. Y es una pena.
Hay distintas razones para ese cerrojazo: temor al simple vandalismo, a robos, a actos específicamente sacrílegos o, de un modo más genérico, atentatorios contra lo intrínsecamente cristiano de los templos (al fin y al cabo, el cristianismo es la religión más perseguida en el mundo, sean atentados islamistas en Sri Lanka, ataques anticristianos a múltiples iglesias en Francia o simple presión para que el hecho religioso católico no tenga presencia en la sociedad, laicismo sesgado que entre nosotros sólo se aplica contra el cristianismo, en especial el catolicismo, y no contra islam, hinduismo, budismo…).
Podría decirse que los templos se cierran porque la gente no entra, por irrelevancia. Disiento. En Inglaterra o en Suiza, donde la religión no parece tener un peso relevante en el día a día, las iglesias suelen estar abiertas, aunque sea en una aldea remota, sin vigilancia, sin cámaras. ¿Somos en España más proclives que en otros países a algún tipo de acto que denote falta de respeto a nuestros templos? No lo sé, puede. Pero, como me recuerda un amigo, los problemas están para buscar soluciones, no para rendirse. Es triste que si alguien busca una iglesia en Sevilla para rezar un rato tenga dificultades para encontrarla. Hay pocas abiertas en horario amplio y, de ésas, algunas lo son sólo a efectos turísticos. Quienes tengan algún papel en ello deberían pensar si cerrar las puertas es el enfoque acertado. Yo diría que no.
Y enlazando esta cuestión con la que planteaba días atrás sobre la ausencia de referentes sociales ampliamente reconocidos como tales (perdón por la autocita), me han venido a la cabeza un par de nombres. Curiosamente, o no, ambos con un cariz religioso cristiano esencial, sin el que no tendrían sentido. Uno, el de Santa Ángela de la Cruz, tan querida y admirada en Sevilla por capas amplísimas de la población. Otro, el de don Miguel Mañara. El 9 de mayo hace trescientos cuarenta años del fallecimiento del fundador del Hospital de la Santa Caridad, que de vivir hoy y ser la sociedad un poco menos superficial, relativista e infantil sería (como lo fue en su día) un personaje muy notable y revolucionario. Sugiero, a quien no lo conozca, leer algún escrito suyo o (pero que sea serio, por favor) sobre él.
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