¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Florido erial
NTERNET tiene estas florecillas que crecen en el basurero. Por la Fundación del Toro de Lidia (uno de los batallones de la lucha contra el prohibicionismo) nos llega una de esas fotos por las que nos damos cuenta cómo el mundo ha degenerado en cuestiones estéticas. En ésta aparecen una serie de señores vestidos de smoking (ese atuendo que los eduardianos consideraron un plebeyo sucedáneo del frac) arropando a un sonriente Manolete con un traje corto de gala que le da aire de gran príncipe torero. La Fundación resalta en el pie de foto quiénes son los que acompañan al gran matador cordobés: Agustín de Foxá, José María Alfaro, Alfredo Marquerie, Adriano del Valle, José María Pemán, Francisco Casares, Samuel Ros y Vicente Puente. Es decir, una parte importante de la élite literaria de España en unos años, de 1940 a 1960, que han sido tachados como los del páramo cultural.
Durante muchos años –demasiados– se difundió con éxito la mentira de que, tras la Guerra Civil, la práctica totalidad de los escritores e intelectuales con una obra mínimamente aceptable se habían marchado al exilio, por lo que España se había convertido en un desierto en el que toda vida cultural era imposible. Fue una falsedad movida por los prejuicios ideológicos que ha conseguido borrar nombres fundamentales de nuestra literatura del canon oficial y de los planes de estudio. La rebelión contra esta injusticia no vino de una universidad cobardona a la hora de salirse de lo políticamente correcto, sino de escritores y editores privados como Andrés Trapiello o Abelardo Linares, que fueron capaces de recuperar el fuego perdido y transmitirlo a los de mi generación. Gracias a ellos pudimos valorar y leer a autores fundamentales en nuestra formación: Sánchez Mazas, Cunqueiro, Agustín de Foxá, Fernández Flórez, Camba, Concha Espina, Mihura... Lo hicieron no por cuestiones ideológicas, sino por motivos estrictamente literarios y por un sentido elemental de la justicia. Da escalofríos pensar en lo que nos hubiésemos perdido de hacerle caso a los mandarines de la cultura y la universidad española.
Pero los comisarios políticos advirtieron pronto esta resurrección y no tardaron en reaccionar como ellos saben: cancelaciones de actos de homenaje, retiradas de placas y bustos, cambio de nombres de calles... No importa, el proceso de recuperación es imparable. Prueba de ello fue el reciente encuentro organizado por la Fundación Herrera Oria, La feracidad del páramo. Por cada censura surgirá un nuevo estudio, un nuevo homenaje, una reedición, un lector, una foto que nos recuerde la verdad. Las flores en el erial.
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