Funcionaria Meléndez
La apuesta perdedora del PSOE para Cádiz en 2011 vuelve a las aulas en las que apenas ha ejercido su profesión
La apuesta perdedora del PSOE para Cádiz en las municipales de 2011, Marta Meléndez, protagonizó la pasada semana un hecho conmovedor. Compareció ante los medios para explicar por qué había sido extinguida su relación laboral con el órgano público en el que fue colocada en el año 2006, el ISE, el instituto de la Consejería de Educación que se encarga de las infraestructuras escolares. Su relación laboral había sido extinguida porque no acudía a trabajar. Un 22,7% de ausencias "justificadas" es un porcentaje impactante.
Y es cierto que detrás de esa destitución o despido o extinción laboral hay motivos políticos, es decir, que no es de la cuerda -o no ha sabido agarrar la cuerda- de los que ahora mandan en su partido. El hecho explica muy bien el escenario en el que nos movemos. Porque Meléndez no es ninguna excepción. Ni siquiera la presidenta de la Junta y el aspirante del PP lo son. Todos ellos son la regla. Por eso a Meléndez y a su extinción laboral sólo cabe tomarles como la expresión de una época. Ella ya ha perdido. No perdió cuando fue derrotada en las elecciones: ahí no es donde pierden los políticos. Los políticos pierden cuando su partido les señala la puerta de salida.
Meléndez es licenciada en Derecho y buscó trabajo en un negociado en el que su padre, Cipriano Meléndez, mandaba. Y mucho. El padre de Marta Meléndez, maestro y administrativo, tenía hasta su jubilación un enorme poder en la Delegación de Educación. Como responsable de personal de Secundaria era la penúltima firma en los destinos del profesorado. Así que su hija se hizo profesora de Formación y Orientación Laboral (FOL). Y en un primer destino, en el año 2002 se le asignó un pueblo de Almería. Nunca fue a Almería. El curso lo pasó en el IES La Viña de Cádiz.
Cómo se produjo aquella prestidigitación no es ningún secreto en Educación, pero tampoco es extraño. Pocos hablarán mal de Cipriano Meléndez en Educación porque en esa delegación, en aquellos años al menos, todo funcionaba como una cadena de favores. Meléndez padre era bueno en su trabajo y, además, hacía favores. Pero para la entonces delegada de Educación, Pilar Sánchez, que también hacía sus favores, el que la hija de uno de los responsables de personal consiguiera algo tan improbable para un interino como obtener un trabajo en su lugar de residencia le pareció excesivo. Hubo una guerra interna que estuvo a punto de llegar a los tribunales. Sánchez, que luego fue alcaldesa de Jerez y dejó un reguero de enemigos en la delegación, quiso enfrentarse a Cipriano, pero también quiso hacerlo con el entonces potente sindicato de interinos, el SADI. Entonces florecieron las abultadas dietas de la delegada, que aspiraba a hacer carrera en el PSOE y que, hasta hoy, sin ninguna trayectoria técnica que avale su competencia, sigue teniendo un alto cargo en Educación. Así funcionaban las cosas. El premio de Sánchez fue ser nombrada candidata a la Alcaldía de Jerez y quizá su desgracia fue ganarla.
El premio para Marta Meléndez tras aquel escandalillo que se resolvió sin sangre acabaría siendo, también, ser candidata a la Alcaldía de Cádiz. Pero ella no ganó. Se movía bien en el partido y tenía padrinos en la delegación. Así consiguió, sólo dos años después de haber ganado la oposición, su puesto en el ISE, remunerado con 4.214 euros mensuales brutos, mucho más de lo que gana un profesor de a pie. Era un puesto cómodo, tan cómodo como que su gerente, Fernando Ameyugo, un hombre afable, tuvo que dejar el cargo porque los papeles y las facturas se traspapelaban. Posiblemente jamás se quedó con un duro, pero el desbarajuste era absoluto.
Partiendo de ese cómodo puesto de trabajo, donde era imposible que la destinaran a Almería, Meléndez creció en el PSOE de Cádiz como concejal a la sombra de Federico Pérez Peralta, otro político profesional, jamás se le conoció otra. Esto le permitió hacer un breve paréntesis en su empleo en el ISE para trabajar en la oficina del Bicentenario de 1812 en la Diputación. Los que trabajaron en ello no tienen grandes cosas que decir sobre ella. No dejó huella.
Con la llegada a la Presidencia de la Junta de una compañera de generación y de ambiciones, Susana Díaz, todo ha cambiado en la Consejería. La jefa del Gobierno no nombró como consejero a nadie relacionado con el mundo de la tiza, sino a Luciano Alonso, procedente de Turismo. Y Alonso se trajo a su gente de Turismo con él. Al frente de Infraestructura y Servicios Educativos, uno de los órganos con mayor movimiento de dinero de la Consejería, puso a José Francisco Pérez, que se dedicó a sanear el organismo. Cayó rápidamente gente que se tenía por poderosa, como la cordobesa que dirigía la Agencia de Evaluación, con cinco millones de euros de presupuesto anual. Las destituciones se deslizaron hacia abajo. En ese proceso ha caído Meléndez. Ya sin padrinos, con un 22,7% de ausencias laborales, Pérez entendió que si él pagaba un sueldo, y lo pagaba bien, Meléndez tenía que trabajar. En caso contrario, su trabajo lo podía hacer otra persona. Ella entendió que su compromiso con la ciudadanía a la hora de acudir a comisiones, celebrar bodas y asistir a plenos era ineludible.
Pero Meléndez no va al paro. Es funcionaria. Ganó el puesto en 2004 con buena nota. No va a pasar un mes sin cobrar. Se le acomoda lo que queda de curso en el Instituto Columela de Cádiz, tendrá que concursar el próximo año, ganar lo que gana cualquier profesor y aceptar la plaza que le asigne la jefatura de servicios según los puntos con los que cuente. Como cualquier funcionario. Su partida política ha terminado. Al menos, de momento.
También te puede interesar
Lo último