ADIÓS A CARMEN LAFFÓN

La mirada de Carmen Laffón

  • Sus fieles galeristas sevillanos destacan los aspectos esenciales de la larga y prolífica carrera de quien defendió que la vanguardia no tenía que ser necesariamente abstracta

Junto al Equipo 57 en la galería Rafael Ortiz en 2009: Juan Cuenca, Agustín Ibarrola, Carmen Laffón, Rafael Ortiz, Rosalía Benítez, Juan Serrano, Pepe Duarte y Rosalía Ortiz.

Junto al Equipo 57 en la galería Rafael Ortiz en 2009: Juan Cuenca, Agustín Ibarrola, Carmen Laffón, Rafael Ortiz, Rosalía Benítez, Juan Serrano, Pepe Duarte y Rosalía Ortiz.

Desde que comenzamos a trabajar como galeristas con Carmen Laffón a principios de los años 80, su amistad y cercanía nos han acompañado. Han sido múltiples las colaboraciones: varias exposiciones individuales en nuestro espacio de Sevilla, en la calle Mármoles, así como algunas exposiciones colectivas y otras en salas institucionales (Sala Amós Salvador de Logroño, Fundación Rodríguez Acosta de Granada…) Nuestra amistad y respeto mutuo han conformado una relación que, desde nuestra admiración hacia su trabajo y su profesionalidad, fue creciendo a lo largo de los años.

Su evolución personal y artística, desde aquella exposición de María del Carmen Laffón en el Ateneo de Madrid de 1957, fue imparable. Sus comienzos profesionales en la mítica Galería Juana Mordó de Madrid hicieron que en aquella época ya Carmen empezara a ser un mito: valorada, admirada y querida por artistas de distintas tendencias como los del grupo de Cuenca (Gerardo Rueda, Gustavo Torner, Fernando Zóbel…) o los del grupo El Paso. Esa idea de que la vanguardia no tenía que ser necesariamente abstracta era en sí lo que convertía a la obra de Carmen en vanguardia.

Creemos que esta posición cómoda, ya como artista reconocida, a Carmen no le interesaba especialmente. El riesgo, la investigación y los retos con nuevos materiales hacen que su obra crezca sin límites. Su energía entonces se concentra en nuevos proyectos. Los grandes formatos se instalan en su estudio: esculturas o puras instalaciones aparecen en su obra. Pero ojo: los temas siguen siendo sus temas, ese mundo al que no renuncia, pero que entiende que hay que zamarrear. Busca nuevas perspectivas, valora las pequeñas cosas y les da su sitio. Y esa es la grandeza de Carmen, y de su obra.

Su capacidad de trabajo y su amor al mismo han hecho posible una larga y prolífica carrera dentro del mundo de las artes plásticas. Dotada de una sensibilidad maravillosa, de una mirada analítica y una gracia especial para construir su mundo, hizo que muchos de nosotros aprendiéramos a mirar y admirar las cosas cercanas y aparentemente más sencillas, haciéndolas esenciales para nuestra vida. La obra de Carmen se reconoce sin lugar a dudas.

Con un espíritu muy familiar, y muy amiga de sus amigos, siempre encontraba en todos una complicidad sin límites y un apoyo total para las tareas, a veces titánicas, en las que se embarcaba. Nos deja un legado artístico maravilloso, pero también nos deja un vacío emocional para los que la hemos conocido. Se nos va una parte de nuestra historia, y se nos va una parte de Sevilla.

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