Tiempo | Crítica

A Shyamalan se le derrumba el castillo de arena

Una poderosa imagen de 'Tiempo', de M. Night Shyamalan.

Una poderosa imagen de 'Tiempo', de M. Night Shyamalan.

Capaz de lo mejor, lo bueno, lo malo e incluso lo peor, M. Night Shyamalan se la sigue jugando a cara o cruz a cada nueva apuesta de riesgo, siempre atento a la taquilla y fiel al thriller como marco genérico flexible y moldeable para historias originales y premisas de impacto que no siempre se desarrollan y resuelven a la altura de sus expectativas.

Es el caso, por desgracia, de esta Tiempo basada en la novela gráfica de Lévy y Peeters que tenía a priori todos los ingredientes para lo sublime, a saber, una historia de encierro grupal y multicultural a cielo abierto en una playa paradisiaca en la que los personajes empiezan a envejecer a gran velocidad como consecuencia de algún fenómeno de origen desconocido.

Por momentos, la película apunta caminos metafísicos y filosóficos que ya transitaran otras memorables cintas limítrofes. Yo pensaba, optimista de mí, en La aventura de Antonioni, también en La tortuga roja, de Dudok de Witt. Sin embargo, Shyamalan desprecia o desinfla poco a poco los posibles vuelos simbólicos, existenciales y líricos de su historia, ya saben, hablar del irremediable paso del tiempo, la enfermedad (también la mental), la pareja, la familia o la muerte condensados en apenas unas horas, para decantarse por la acumulación de percances y un risible quiebro que desvela el trampantojo del experimento con moraleja anti-corporativa incluida.

Quedan, cómo no, destellos de ese gran cineasta que busca siempre nuevas soluciones de puesta en escena para materializar ideas, golpes de efecto y giros narrativos: un travelling circular sobre el grupo en contraplano, una composición en la que pesa el fuera de campo, un trabajo de distorsión visual y sonora del punto de vista… aunque todas resultan a la postre inertes y demasiado obvias sin el concurso de unos buenos diálogos o unas buenas interpretaciones, elementos cruciales para sostener el castillo de arena que brillan aquí por su flagrante pobreza incluso con Gael García Bernal o nuestra querida Vicky Krieps (El hilo invisible) al frente de la familia protagonista.