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High life | crítica

Denis ante el abismo cósmico

Claire Denis había llegado ya muy lejos con su cine, pero nunca más allá de los límites del planeta. Después de declinar los fragmentos del discurso amoroso en Un sol interior, su primera incursión en el género interestelar también cuenta con la presencia de Juliette Binoche, aquí en el papel de una siniestra e inquietante doctora-vigilante de la tripulación de una nave espacial, prodigio de síntesis escenográfica y diseño de producción, que conduce a un grupo de convictos irredimibles que cumplen sus condenas como conejillos de indias en busca de un agujero negro en la frontera del sistema solar.

High Life no es, como fácilmente podía preverse, una película más de ciencia-ficción o distopía futurista. Para Denis, una nave espacial a la deriva no deja de ser un lugar idóneo y acotado para indagar aún más si cabe en las simas de la condición animal, sexual, destructiva y violenta del ser humano, pero también, en la que es la veta más luminosa de su película, para ofrecer una pequeña compuerta de salida literalmente de la mano que se dan un padre y una hija nacida y criada en unas condiciones de aislamiento e incertidumbre cósmica.

Descomponiendo, cortando y agujereando temporalmente su relato de manera seca y poderosa, abriendo paso a una voz que funciona como cuaderno de bitácora, entre la sonoridad siempre inquietante de Stuart A. Staples, Denis añade etapas y capas de sentido a un huis clos de rutinas básicas y supervivencia, rellenando el vacío de tiempo ante que el que se abisma su protagonista, un Robert Pattinson tan austero y minimalista como requiere la propuesta, de viajes a un pasado (o a la memoria o el sueño de ese pasado) de texturas tarkovskianas que explica la condición marginal de los miembros de la expedición y los motivos experimentales de una condena donde una vez más afloran los instintos como únicos impulsos del comportamiento.

Es High Life además un filme que plantea los grandes temas de la mejor ciencia-ficción sin asomo de conciencia mística o religiosa, desde un extraño, físico y desasosegante principio ateo que convierte a cada personaje en depositario de una cierta idea de la existencia que empieza y termina en sí mismo, desde la pulsión asesina a la idea del suicidio (plasmados entre imágenes líricas o baconianas), pasando por la autosatisfacción sexual a lomos de una máquina, en la que sin duda es una de las imágenes más turbadoras y sugerentes de una película que nunca elude la crudeza y que, por momentos, conecta la mirada de Denis con la del mejor Cronenberg.