El segundo largo de Gonzalo Bendala (Asesinos inocentes) sigue transitando por la senda del género, aquí revestido de anécdota cotidiana (un viaje nocturno de regreso a casa trufado de accidentes y condenado a la tragedia), y puede leerse en dos claves no sé si contradictorias.
La primera apunta a su propio mecanismo de thriller, en el que el Bendala guionista parece ir siempre por delante del Bendala director a pesar de que este último le saque brillo a una imaginación demasiado caprichosa a la hora de poner a su protagonista, interpretado por un esforzado Julián Villagrán, contra las cuerdas de su destino.
La segunda lo hace a un subtexto tan ambiguo como esquizofrénico en su retrato bastante misógino (ahí están esas mujeres, la esposa y la chica accidentada, entre la perfidia y la histeria) que deja empero a nuestro atribulado e inseguro (hasta lo exasperante) protagonista como una suerte de víctima inevitable de la presión ambiental dictada por los nuevos feminismos.
Sea o sea esta la intención de su autor, Cuando los ángeles duermen funciona mucho mejor como ejercicio formal de tensión sostenida, puesta en escena y atmósfera que como mecanismo narrativo verosímil, lastrado por demasiados quiebros, desdobles, azares y agujeros negros de guion como para que el desenlace y su retruécano irónico en forma de epílogo nos recompensen tras tanto artificio acumulado.