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El pequeño Nicolás | Crítica

Un dibujo en busca de sus autores: una pequeña obra maestra

Un fotograma de 'El pequeño Nicolás'.

Un fotograma de 'El pequeño Nicolás'. / D. S.

El respeto y la fidelidad al talento de dos genios, René Goscinny (1926-1977) y Jean-Jacques Sempé (1932-2022), convierten esta película en una deliciosa y pequeña obra maestra de la animación. Goscinny fue un humorista, periodista, escritor y creador de guiones de cómics al que, en esta última faceta, se deben nada menos, además de los del Pequeño Nicolás, los de Asterix (con dibujos de Albert Uderzo) y Lucky Luke (con dibujos de Morris). Sempé, además de publicar sus dibujos en L´Express, Le Figaro, The New Yorker, Paris Match, Punch o Le Nouvel Observateur, editó medio centenar de álbumes con sus historietas e ilustró grandes clásicos.

Uniendo sus talentos crearon en 1959 -desarrollando unos apuntes publicados en 1955 y 1956 en el semanario belga Le Moustique- al pequeño Nicolás, cuyas aventuras se publicaron con inmenso éxito en el dominical del diario Sud-Ouest hasta 1965. Al ritmo de una historia cada domingo publicaron en siete años 222 aventuras del personaje. Dado su éxito, desde 1960 la prestigiosa editorial Denoël los publicó en volúmenes. Y fue llevado al cine con poca fortuna en imagen real por Laurent Tirard en 2009, protagonizando ese mismo año una serie de televisión de animación.

Esta película poco tiene que ver con estos dos precedentes. Amandine Fredon y Benjamin Massoubre han tenido el acierto y la sensibilidad de trasladar a Nicolás a la animación conservando intacta la belleza del suave colorido de acuarela y la elegancia del trazo de los dibujos de Sempé, y la gracia de las historias creadas por Goscinny, añadiendo la fantástica idea de poner en relación a los creadores con su personaje desde su propio nacimiento. Esta película, que tiene tres intérpretes principales: Sempé, Goscinny y Nicolas, nos cuenta la amistad y complicidad creativa entre los dos primeros, el nacimiento del tercero, el personaje creado por ellos, y las divertidas, inocentes y tiernas aventuras que le hicieron vivir. Que los dos primeros fueran seres humanos reales y el tercero un dibujo creado por ellos es una barrera que la película derriba: los tres son dibujos y su creación se mueve en el mismo espacio, el mismo mundo, la misma realidad que ellos. Se vuelca tanto talento, tanta realidad y tanta fantasía en la recreación de las aventuras del personaje de ficción en fidelidad absoluta al espíritu burlón de Goscinny (cuya hija, Anne, ha participado en el guión) y a la elegancia del dibujo de Sempé como a la narración de la amistad entre los dos creadores. Se comprende que el gran dibujante, que pudo verla antes de fallecer, dijera que se reconocía a él y reconocía a su personaje en esta bella, inteligente, delicada y elegante película no exenta de malicia ni ciega ante los avatares de las vidas de los dos autores, que pasa del blanco y negro al color para expresar sus juegos con lo real y lo ficcional.

La música -desde la estupenda banda sonora original de Loudovic Bource, que va el jazz y el tipismo musette, a las canciones como Qu’ est ce qu’ on attend pour être heureux de Paul Misraki que popularizó Ray Ventura allá por 1938 que le da su título original- le da un vital, no marchito, tono nostálgico que se suma a las referencias cinéfilas y literarias. Todo con naturalidad, sin afectación ni pedantería.

Quizás les guste más a los padres que a los niños. Pero les animo a que lleven a sus hijos para iniciarlos en el conocimiento de dos de los creadores más importantes de la historia (y el presente: Nicolás no deja de editarse) del cómic, las historietas o los tebeos europeos a través de esta pequeña obra maestra.

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