Cofradias

El Cerro coloniza Mateos Gago

  • Cientos de devotos en el rosario que conmemoró ayer los 25 años de la incorporación de la cofradía al Martes Santo.

No eran los turistas de sandalia y pantalón pirata los protagonistas ayer en la céntrica calle Mateos Gago. En sus múltiples veladores -hay que hacer un continuo zig-zag para recorrer esta vía- predominaban jóvenes y mayores con traje oscuro (algunos no tanto) y medalla. El granate de su cordón los delataba. Se trataba de los hermanos del Cerro que habían acompañado a la Virgen de los Dolores hasta Santa Cruz al conmemorarse un cuarto de siglo de su inclusión en la nómina de las cofradías del Martes Santo, de ahí que la hermandad celebrara con su titular una eucaristía en la sede canónica de la corporación que fundó dicha jornada, hasta donde llegó en rosario de la aurora.

El día comenzó bien temprano, cuando aún la noche cubría la ciudad y la chaqueta se antojaba necesaria para amortiguar el fresco del alba. Eran las seis de la mañana y un barrio entero se echaba a andar tras su Virgen. Estampa propia de cada septiembre, cuando se celebra el rosario de la aurora en el domingo previo a la festividad de Nuestra Señora de los Dolores. Pero ayer fue distinto. Tocaba madrugar antes porque la meta quedaba bien lejana: en pleno centro de la ciudad. Un recorrido largo que estos vecinos andan cada Martes Santo y cuyo recuerdo cuesta traer a la memoria tras tres años de lluvia. Ecos de campanilleros por las calles de la antigua judería hasta alcanzar la parroquia de Santa Cruz. Allí, en el altar mayor, bajo el Cristo de las Misericordias, la Dolorosa del barrio quedaba colocada para presidir la eucaristía por este cuarto de siglo en el Martes Santo. Stabat Mater que representaba a la perfección el principio (por ahora) y el fin de la jornada.

Un templo lleno donde era difícil traspasar el dintel, y ello pese a que numerosos hermanos aprovecharon el tiempo de la eucaristía para saciar el hambre que se había despertado en sus estómagos tras un madrugón y el largo trayecto andado. Los bares de Santa María la Blanca y Mateos Gago hicieron su particular agosto. Barras donde apenas quedaba hueco para un café más. En el interior del templo sonaban continuos aplausos. Mientras, en sus inmediaciones, la cantidad de personas que esperaba el regreso iba en aumento. Tanto que fue necesaria la presencia de varios agentes para facilitar el tráfico. Los presentes miraban a cada instante el reloj mientras los últimos desayunos se mezclaban con las primeras cervezas. Poco antes de las doce la comitiva dejaba Santa Cruz para emprender el regreso. Era el momento de fijarse en los detalles de las pequeñas andas que portaban a la Virgen. El atavío de la Dolorosa (siempre exquisito como es costumbre en Francisco Carrera Iglesias) y las esquinas de nardos cuyo olor se concentraba en las estrechas calles que llevaban hasta San Nicolás, donde una representación de la Candelaria los esperaba.

El calor apretaba entonces. Juego de luces y sombras por San José. Turistas ensimismados que interrumpían su desayuno (¿o almuerzo?) en los bares de la Puerta de la Carne para no dejar escapar fotográficamente el instante. Después quedaba San Bernardo, donde muchos recordaron los años en la que la hermandad atravesaba este histórico arrabal, un tránsito que, quién sabe, podría retomarse si finalmente se compone un nuevo Martes Santo. La Dolorosa entró en la parroquia en la que muchos de sus devotos fueron bautizados cuando el barrio aún no contaba con una propia. Y otra vez se siguió andando, aunque el sol apretara y hubiera que ir buscando la sombra por una larga avenida. Abanicos al aire. Ni la lejanía ni el calor son excusas cuando se trata de la Virgen de los Dolores, la que hace que el Cerro conquiste el centro. Ya sea en primavera o a las puertas del otoño.

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