Cofradias

Monaguillo antes que carpintero

  • Todas las claves de su vida encuentran explicación en algún rincón del Pumarejo, de la collación de San Gil o de la calle Divina Pastora Es un hombre de compromiso con las causas: por ellas lo da absolutamente todo

LAS hermandades de gloria existen. Y este hombre clama por ellas. Son las débiles. Por eso son un reto por el que merece la pena trabajar. Son la cuesta arriba de las hermandades, las espinas de la rosa de la religiosidad popular que muchos evitan, ignorando no ya el encanto que tienen en la calle, sino el lugar que ocupan con mayúsculas en la historia de las cofradías. Sus presupuestos son escuálidos, no tienen el tirón de las de penitencia y les cuesta un mundo acceder a una subvención, llamar a una puerta o vender un proyecto a los medios de comunicación. Hay una cuestión que sí es indiscutible por las leyes de la democracia: el candidato a presidente del Consejo de Cofradías tiene necesariamente que contar con los votos de las glorias. Y de eso sabe mucho este hombre, forjado en la universidad de la calle y criado en la fe católica: "Gracias a mis padres". Su gran paradoja es su gran verdad: su pasión son las glorias.

Andrés Martín Angulo (1959), casado y padre de un hijo, dedica su vida a su oficio de carpintero y a su devoción de gloria: la Divina Pastora. Su infancia y todos los días de su vida giran en torno a San Gil, el Pumarejo, Feria, Divina Pastora... Todo lo importante que le ha ocurrido en su vida le ha pasado en esas calles. Nació en el antiguo Hospital de las Cinco Llagas, se crió en esos barrios, descubrió en la Hiniesta que lo suyo no eran ni el capirote ni el antifaz y a los 14 años se enamoró del oficio de la madera por su proximidad a un taller que existía en la calle Divina Pastora.

De la calle Divina Pastora al taller. Y del taller a la Virgen gloriosa de sus devociones. "Me mandaron arreglar el paso de la Divina Pastora y a ella me quedé anclado". Y siempre con la Macarena, como faro de su vida. Andrés Martín sabe por experiencia propia las puertas que abre la Virgen de la Esperanza y sabe también lo que cuesta abrir una puerta para las vírgenes de gloria. "Cuanto más tienes, más te quieren dar. Cuanto menos tienes, cuesta un mundo conseguir algo. Pero cuando me entrego por una causa, me involucro". Y la suya es una trayectoria de cofrade volcado por las hermandades de gloria.

Es el segundo de seis hermanos. Su tío y uno de sus hermanos eran carpinteros tallistas que conocieron al Ortega Bru que hacía figuritas para los portales de Navidad. Su madre, de los Negritos. Su padre, de San Bernardo. "O más bien del Refugio". En cuaresma cumplían a rajatabla la vigilia: "Aunque no era muy difícil porque comer carne ya era de por sí un lujo en aquellos tiempos".

Estudió en dos colegios: el parroquial de Omnium Sanctorum, donde fue monaguillo, y el Padre Manjón, donde lo normal es que todos los niños fueran de la Hiniesta. Fue muchísimas veces monaguillo del cura don Antonio Tineo. "Los lunes por la mañana había que mirar el reparto de turnos. Como te tocara de monaguillo había que estar todo el día en la parroquia, lo que no le gustaba nada al maestro, don Heliodoro". Claro que hacer de monaguillo no era sólo ayudar en las misas, había que barrer la iglesia y limpiar los bancos.

¿El primer recuerdo de la Semana Santa? "El paso de palio de la Hiniesta junto a mis amigos del colegio. Y los armaos en los bares del Pumarejo en la mañana de Viernes Santo. Aquello tenía su encanto y su gracia. El que podía se hacía una foto con ellos. Yo entiendo que hoy se eviten esas dispersiones, porque los tiempos son otros, pero aquello era muy natural y espontáneo". ¿La primera madrugada? "Junto a un amigo, los dos solos callejeando desde muy jóvenes. Era facilísimo llegar hasta el mismo paso del Gran Poder y mirarlo cara a cara".

Aquel monaguillo se quedó con una ilusión: estudiar la carrera de Derecho en la Universidad de Sevilla. "No me lo pude permitir". Por eso, dice, le encanta oír hablar de Derecho a uno de sus grandes amigos: Adolfo Arenas, ex presidente del Consejo y ex hermano mayor de la Hiniesta. Por él sigue siendo hoy miembro del Consejo, porque Martín fue el único que de verdad se quiso ir cuando el entonces presidente presentó su dimisión irrevocable en otoño de 2012. Adolfo Arenas le pidió -casi le exigió- que siguiera en su puesto trabajando por su auténtica pasión: las hermandades de gloria.

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