La Sed

Un oasis de sombra en un desierto de luces

  • La calle Santiago fue uno de los puntos de mayor clasicismo de la cofradía

Después de dos horas andando por amplias avenidas que incluyen la obligatoria exposición de túnicas y capirotes al sol el nazareno de la Sed llega a Muro de los Navarros. Un oasis entre tanta vía de alquitrán. La sombra es un descanso en esta cofradía hecha y creada para luz. Las entrañas de la ciudad le dan la bienvendia a este cortejo nervionense (no confundir con el equipo de fútbol). Los brillos de la canastilla del Cristo que pronuncia la quinta palabra apagan sus brillos. La sed es la que se repite en las bocas de los nazarenos que buscan también el líquido elemento en la mano del fiel acompañante, en versión madre, hermana, pareja o algo similar.

El termómetro fue benévolo y a esas horas el mercurio no estaba tan elevado como en años anteriores, cuando la canícula convertía en Calvario el deambular por estas calles. Este año fue distinto. Bien distinto. Más que calor fue frío lo que sintieron los que se agolpaban en la penumbra de la calle Santiago para contemplar el discurrir de la cofradía. Como si fuera Lunes Santo, pero con dos días más en el calendario, las marchas se sucedían en esta vía colmatada de antiguos edificios y algún que otro corralón.

Junto al templo que da nombre a la calle se levanta un viejo caserón reconvertido en hotel de estética futurista y complicado contraste de estilos. Es la globalización del diseño. No hay rehabilitación sin una breve pincelada de arte fusionado. Aunque para fusión la variada gama cromática resultante de la petalada que varios hermanos de la Redención le lanzaron a la Virgen de Consolación cuando pasaba a pocos metros de su sede canónica. Blanco, rojo y amarillo sobre un manto verde de difícil precisión.

La cofradía avanza por Santiago cuando se digiere el almuerzo. Es la hora de la siesta pero nadie duerme cuando suena el flautín de la marcha Rocío. Los clientes del hotel se acercan a la puerta para ver lo que pasa. Hacen fotos y hablan en lenguas extrañas para intentar explicar, más mal que bien, lo que es aquello: una bulla, una petalada, un paso y una calle que apaga la Sed de sombra.

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