Fluye el Sena | Crítica

Adamsberg vuelve a clase

  • Siruela recupera y edita, en su Colección Escolar de Filosofía, tres cuentos del comisario Adamsberg, de Fred Vargas, con prólogo Alexis Ravelo

La escritora parisina Frédérique Audoin-Rouzeau, más conocida como Fred Vargas

La escritora parisina Frédérique Audoin-Rouzeau, más conocida como Fred Vargas

Estos “Tres casos del comisario Adamsberg” se publicaron por primera vez en francés en el año de 2002. Antes habían visto la luz en distintas cabeceras y publicaciones, entre 1997 y el 2000, hasta recogerse en este único volumen. Diez años después, la editorial Siruela los daría a conocer, ya vertidos al español, con el título de Fluye el Sena. Hay, sin embargo, una novedad de importancia en la actual reedición, que nos lleva a presentarlo a la consideración del lector. Dicha novedad no es otra que su publicación como texto escolar de filosofía; lo cual no deja de ser una juiciosa medida pedagógica y una singular novedad literaria. ¿Y qué tienen que ver tres relatos policiales del comisario Adamsberg con la naturaleza y la enseñanza misma de la filosofía? La respuesta es fácil: todo. Y en mayor grado cuando que el conocimiento es un conocimiento inductivo, vale decir, indiciario, desde los días de Huarte de San Juan y Francis Bacon.

La literatura policial está ya en el 'Antígona' de Sóflcles y en la casta Susana del libro de Daniel

Recordemos que Carlo Ginzburg atribuía al Zadig de Voltaire la primacía del relato policial moderno. Dicha atribución, sin embargo, debe reputarse como errónea, no solo porque en la Vida de Torres Villarroel hallamos un asombroso protorelato policial, aplicado a los fantasmas de la calle Fuencarral, sino porque la propia Antigüedad, desde el Antígona de Sófocles y el Asno de Oro de Apuleyo, a la historias bíblicas de Susana y los sacerdotes de Bel (libro de Daniel), muestran ya una sólida estructura indagativa. Quiere decirse, pues, que no hay que esperar al dieciocho, ni a la eclosión detectivesca del XIX, capitaneada por el genio especulativo de Auguste Dupin, para comprender este conocimiento, hijo de la observación, que el propio Daniel exhibe ante Nabucodonosor. Sí hay que aclarar, no obstante, que esta forma de conocimiento adquirirá un mayor relieve a partir del XV-XVI, cuando se recuperen algunas obras del Mundo Antiguo, cuales son la Historia Natural de Lucrecio, las Cuestiones académicas de Cicerón, donde se presta singular atención a Epicuro, y el Compendio de escritores escépticos de Sexto Empírico, en el que adquirirán gran importancia Pirrón y el pirronismo, gracias, entre otros muchos escritores, a Michel de Montaigne y su Apología de Raimundo Sabunde (un médico aragonés), escrita por indicación de su padre.

¿Y dónde entra el comisario Adamsberg en toda esta batahola erudita, tan lejana en apariencia al género negro? Pues en este peculiar modo de observación y conocimiento, un modo cauteloso, fenomenológico, de raíz escéptica, que en el XVII se perfeccionaría con Descartes, Hobbes, Espinoza, Bayle y Locke, y que en el XVIII será continuado por Berkeley, Addison y Hume. El resultado de dicha forma de observar tendrá un doble y contradictorio fruto, visible, por ejemplo, en la pintura de bodegones del barroco: frente a la minuciosa atención a los detalles, reproducidos con vertiginosa exactitud, nos encontramos con el carácter fantasmagórico, inasible, de lo real, que dará fama y oportunidad al trampantojo.

El hecho, en cualquier caso, es que el comisario Adamsberg no es un héroe lógico (más deductivo que otra cosa, a la manera de Holmes), sino un antihéroe que fagocita los datos oscuramente y arroja la solución, tras un largo y confuso proceso digestivo, sin saber exactamente cómo ha llegado a ella. Lo cual equivale a decir que Adamsberg es un detective intuitivo, que aguarda la revelación (el eureka de Arquímedes, la manzana de Newton, etcétera), mientras que Dupin y Holmes creían tener atada la realidad por una sólida e irrebatible red de nudos lógicos. Es así, pues, como llegamos a celebrar de nuevo esta incursión de la filosofía en la novela negra. O dicho con mayor exactitud, de la filosofía en cuestiones filosóficas de primer orden, que se recogen en la literatura policial; y en concreto, en la excelente originalidad de Fred Vargas, cuyo Adamsberg, si bien cumple la tradición europea de pertenecer al cuerpo policial, se extrae de lo consabido para adentrarse en un conocimiento tentativo, braceante, oscuro, pero en absoluto impreciso. Digamos, entonces, que en este Adamsberg de Vargas se reproduce, algo exagerado, el proceder humano ante la multiplicidad, deslumbrante y opaca, de la vida.

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