Los descalzos | Crítica

La poesía de Francisco Javier Irazoki: ruptura de la lógica y búsqueda de la emoción

El poeta y crítico Francisco Javier Irazoki

El poeta y crítico Francisco Javier Irazoki / Barbara Loyer

Lo señala Fernando Aramburu en la concisa introducción que abre el volumen de la poesía completa de Francisco Javier Irazoki: su escritura trasciende los límites del oficio, los límites del poema o del texto. Para Irazoki lo poético es un sentido –como la vista, el oído- o un sistema con el que afrontar nuestra vida. Una manera de ser. Una ética, si con esta palabra nos entendemos mejor. Para el autor, la poesía no es únicamente una suma de metáforas, músicas y aciertos expresivos. No es solo eso. También se trata de una impronta, de un carácter, de unos valores con los que aprendemos a convivir con nuestros semejantes. 

Quizá sea esta una de las principales lecciones que extraemos al leer Los descalzos, título editado en Hiperión y que reúne casi cincuenta años de la poesía de Francisco Javier Irazoki. Desde mediados de los años setenta, con la creación de CLOC, hasta su etapa como crítico literario. El volumen aborda por tanto un amplio periodo en el que sin embargo la poesía apenas varía en lo sustancial –el poeta se mantiene perseverante en su noción de qué es el género-: un método con el que reflexionar acerca de nuestras incertidumbres, una ecuación con la que despejar, a través del lenguaje de la metáfora, aquellas realidades que acontecen. Leemos en el poema “La música” –disciplina crucial en la formación de Irazoki-: “La música es una ciudad helada / con callejas iluminadas de vértigo, / qué decir cuando la calle aprieta la garganta de Janis Joplin / y ella remueve en los bronquios la gavilla de brasas apresadas, / hojea del aire las páginas perforadas por la fiebre”.

Otra cualidad que destaca en los poemas de Irazoki es su virtuosismo a la hora de recrear imágenes. La imaginación que se desborda por sus versos, a su vez torrenciales. El autor domina un lenguaje construido a base de herramientas propias del surrealismo, y con él consigue una insólita precisión conceptual. Es curioso el recorrido: la expresión se viste con el atuendo de lo irracional, sin embargo esta indumentaria nos permite alcanzar una lógica. Un sentido. Hay que deformar el sentido del lenguaje para así hallar un lenguaje más depurado. Más elocuente. Más preciso. 

En Los descalzos leemos una cita –elocuente- de Novalis. Dice así: “Todo lo visible descansa / sobre un fondo invisible”. Podría ser esta la poética –perdón si el término suena pretencioso- que resume la propuesta de Francisco Javier Irazoki. Sus poemas descansan sobre ese fondo invisible, casi sin nombre, de una emoción o de una idea. De una sensación o de nuestra memoria. También de una verdad. La palabra del autor nos aproxima a estos conceptos o formas de sentir. 

El autor domina un lenguaje construido a base de herramientas propias del surrealismo, y con él consigue una insólita precisión conceptual.

En la obra de Irazoki predomina el poema largo, el versolibrismo, aunque estructurado siempre desde un cuidado ritmo, desde una deliberada melodía. En ningún momento arbitraria. Dando así buena prueba de las técnicas del oficio, de la atenta dedicación de su autor. Entre estos poemas extensos figuran, en el conjunto y casi como contraste, una serie breve. Cercana al haiku. Con su acento de asombros y de revelaciones. Copiamos dos de ellos -muy logrados-: “Para descifrar el universo, / el amante reduce la Naturaleza / a un cuerpo acariciado” y “Ya naciste / con la semilla de la muerte, / y floreces”. Se trabaja aquí la paradoja o la contradicción para llegar a una verdad que deleita y que conmueve. De esas que nos sirven para mirar desde otro enfoque lo tantas veces visto. De esas que nos sirven para aprender, de nuevo, lo que ya sabemos.

El poema en prosa es un recurso habitual –sobre todo ya en la madurez- de Francisco Javier Irazoki. Sigue el poeta en su registro solemne, cadencioso, metafórico, aunque reformule la estética. Sin embargo, la tónica general sigue vigente, y así la manifiesta en el poema “Visitantes”: “La poesía no es una delicadeza decorativa, sino una intensidad de la mirada que despierta a la conciencia”. Se sobreentiende que el autor no se refiere a una conciencia política, ni siquiera social, sino a ese todo que da sentido a cuanto vivimos, experimentamos, razonamos, sentimos.

La poesía para Irazoki es lenguaje –en el terreno de la dedicación- y es carácter –una pauta para el ánimo y la escala de valores-.

La poesía para Irazoki es lenguaje –en el terreno de la dedicación- y es carácter –una pauta para el ánimo y la escala de valores-. Ahí una de las particularidades que definen la personalidad poética de este creador. La actitud que nos traslada la lectura de un verso notable –bienestar, armonía, sosiego- es la misma actitud desde la que Irazoki se relaciona con nuestro mundo. Por eso no entiende el poeta que la lengua sea un elemento más en la ejecución del horror, en el discurso del miedo. Relevante es al respecto el poema en prosa “Bandada de tijeras”, que se podría leer como un artículo en prensa. Transcribimos parte del último párrafo: “Entre algunos supuestos protectores del euskera no faltaron las desmesuras (…). Al cumplir años he perdido convicciones. Una de ellas sigue conmigo y sé que va a acompañarme hasta los últimos días: quien ama un idioma ama todos los idiomas”.

“Envejecer sentado en un refugio de preguntas. El goce de no tener tiempo para el odio”, concluye el poeta Francisco Javier Irazoki en uno de sus poemas en prosa –este casi un catálogo, sabio, de instrucciones para la vida-. Siempre afable, siempre inteligente. Ética y estética. Son esas las dos pesas que equilibran la equilibrada trayectoria poética de un autor que rompe la lógica para así llegar –porque no hay otro camino- a una certeza o a una emoción.

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