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DE LIBROS

Lucha, dolor y belleza en los ensayos de Raúl Zurita

El escritor Raúl Zurita.

El escritor Raúl Zurita. / Lorena Palavecino

Quizás Raúl Zurita (Santiago de Chile, 1950) sea el último representante de los grandes poetas americanos, aquellos herederos más o menos lejanos de Walt Whitman que ejercían una especie de sacerdocio sobre una comunidad mucho más amplia que sus propias naciones, y que tuvieron en Pablo Neruda la perfecta cristalización el sumo sacerdote moderno. Chile ha sido una nación verdaderamente fértil en lo que a poetas emblemáticos se refiere: además de Neruda, hay que contar, entre otros, a Vicente Huidobro, Gabriela Mistral, Nicanor Parra y, claro está, el propio Zurita. La relación de casi todos ellos con España ha sido igualmente intensa: Huidobro fascinó a los españoles con el creacionismo, con la gracia trascendente de poeta loco; Neruda encantó a la siguiente generación, y su labor como diplomático fue determinante para que cientos de refugiados escaparan de Franco. A Nicanor Parra no lo hemos entendido muy bien, pero lo hemos asimilado en forma de poeta homenajeado: ahí están su Reina Sofía y su Cervantes. Algo parecido ha pasado con Zurita, que en los últimos años ha sido merecedor en nuestro país de un reconocimiento institucional nada desdeñable: también el premio Reina Sofía y, el año pasado, el Federico García Lorca.

Zurita representa en el imaginario de muchos lectores de poesía la lucha contra la dictadura chilena, antes que la no menos encarnizada pelea con su propia lengua, el español. La monumentalidad de su poesía, el gesto faraónico de escribirla en el cielo de Nueva York con ayuda de varios aviones o en el desierto de Atacama a lo largo de más de tres kilómetros muestran la brutalidad de esta lucha. El poeta parece querer convencernos a través de ejemplos innegables de la eficacia de una lengua, pero es una eficacia en la que él mismo no cree, y a la que se acoge por pura necesidad histórica, y sometida además a una presencia tan impresionante –el cielo, el desierto– que se vuelve enseguida sospechosa.

Hay algo involuntariamente consolador en la aterradora visión política que destilan algunos de los textos recogidos en los Ensayos reunidos de Zurita que acaba de publicar Random House. Las atrocidades de la dictadura marcaron una suerte de año 0, inasequible a cualquier memoria histórica, y no digamos ya democrática. El propio poeta fue víctima en muchos sentidos del horror, no solo porque fue encarcelado, sino también por las terribles autolesiones a que se sometió por impotencia, por imposibilidad de decir. El mal y el bien, después del corte que supone el trauma del golpe militar, se encarnan sin dejar lugar al más mínimo matiz, entrando en un bucle insensible a la realidad que, sin embargo, explota de repente, como ha sucedido en el propio Chile, donde la mitad de la población está dispuesta a convertir en presidente a quien mal que bien percibe como el heredero del pinochetismo. Contra este mundo complicado, que se encuentra para justificarse en la vía muerta de su propia mentira, aquel otro era fácil, claro y evidente; era un mundo en que las dictaduras siempre son de derechas, en que el bueno siempre es bueno –y además es comunista– y la oligarquía actúa dominada por una estupidez rampante que, paradójicamente, siempre la conduce al éxito.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

A pesar de todo, no se puede decir que la poesía de Zurita sea política. Y sus ensayos, en consecuencia, tampoco lo son en general: la visión política del poeta inunda toda su producción, pero de una manera extrañamente orgánica, y por eso el lector casi nunca se encuentra con un escritor dogmático. De hecho, la parte política de este libro –por ejemplo el breve texto Los excluidos–, no es la más interesante; más bien recomiendo a los lectores que vayan a los artículos o ensayos que hablan de pintura, como el brillantísimo dedicado a Francis Bacon –La cruz y la nada–, o de otros poetas, por ejemplo Nicanor Parra, príncipe y mendigo. Sus reflexiones sobre la lengua, sobre el español, tema crucial en la obra de Zurita, interesarán mucho, en especial a quien ya haya leído su poesía. Poesía y nuevo mundo o Anotaciones sobre los cantos revelan la importancia de la lengua a través de los siglos, y cómo vertebra –en el primero de ellos– la historia de América desde la conquista. En este sentido, es muy interesante también el brevísimo Contra la traducción, que comienza con la imagen de Tupac Amaru camino de la muerte sin entender la lengua en que ha sido escrita y pregonada su sentencia.

Pero lo más conmovedor de este libro son las palabras que dedica Zurita a la cantante Violeta Parra, que ayudan a comprender el espíritu de un tiempo y una obra: "Violeta Parra son millones, y de allí su universalidad, y cada rasgueo de su guitarra, cada rima de sus décimas, cada línea y pespunte de sus cuadros, ilumina un detalle del mundo. Incluso su muerte es parte de su creación, de lo más extremo, fuerte y expuesto de ella, porque solo alguien que vuela muy alto, pero muy alto, es capaz de escribir ese himno sublime que es Gracias a la vida, y hacerlo sabiendo que se va a matar".

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