Umbrales | Crítica

Rituales de paso

  • Siruela publica 'Umbrales', una excelente colección de estampas sobre las puertas y su heteróclita significación a lo largo de la Historia

Imagen del profesor y escritor, nacido en Almansa, Albacete, Óscar Martínez

Imagen del profesor y escritor, nacido en Almansa, Albacete, Óscar Martínez

Este es un libro sobre puertas. Sobre un breve número de puertas célebres que resumen, de algún modo, el curso de la humanidad, desde su albor megalítico a la retórica depuración de la Bauhaus. Por supuesto, se trata de una selección no exenta de arbitrariedad, en tanto que personal; pero no deja de ser una selección sagaz, coherente y oportuna. Esta misma oportunidad es la que adivinamos desde su título, Umbrales, puesto que lo que el profesor Martínez quiere destacar en esta notable colección de estampas es su calidad bifronte, compleja, fronteriza, lindera con dos mundos, incluso cuando el halo de lo religioso haya cedido su lugar a la adusta tiranía del diseño. Esto es, quiere destacar su naturaleza transitiva, en tiniebla, su naturaleza umbrátil, por la que el hombre transita de una luz a otra, de un mundo al siguiente, de una idea, acaso, a su contraria.

El hombre que construye el dólmen de Menga no es el mismo que marcha, triunfal, bajo el Arco de Tito en Roma

El valor que se añade a este recorrido, que comienza en Pompeya y acaba en Albacete, es el de implicar a la Historia del Arte en su rigurosa acepción: en tanto que expresión y afiche de una hora concreta del mundo, y en cuanto que solución formal para unas necesidades también históricas. Quiere decirse, pues, que el hombre que construye el dólmen de Menga en Antequera no es el mismo que marcha, triunfal, bajo el Arco/puerta de Tito en Roma. Y tampoco cubre las mismas necesidades la nervadura vegetal o animal ideada por Mucha y Gaudí, que remite a una naturaleza también ideal, que el sueño de línea y de pureza que alberga la puerta de Castel Nuovo en Nápoles o la pirámide escalonada de Djoser, diseñada por Imhotep. En cuanto al mundo que resumen, aquél que se figura en el pórtico de Santa María de los Reyes, en Laguardia, no serán nunca el mundo atormentado, grutesco, de fantasía abisal, con que se idea el Parque de los Monstruos de Bomarzo, y que remite, no a la eternidad que promete Roma, sino a la caducidad y el estrépito del hombre.

En este sentido, podría decirse que los umbrales que aquí se recogen son también un forma de historificar su cualidad simbólica o su falta de ella. Desde la oscura espiritualidad del dólmen a la grata frivolidad de Mucha, es posible adivinar una degradación o una simplificación de la puerta, hasta llegar a una utilidad desnuda, como en la Bauhaus de Dessau. Pero, incluso en este caso, habría una retórica de la sencillez, Adolf Loos mediante, cuya naturaleza simbólica, aleccionadora, no cabe ocultar. Como no cabe negar, de igual modo, la devoción teológica que implica la entrelazada geometría que ilustra la fachada del Palacio de Comares en La Alhambra. En todas estas puertas se cumple la sospecha, redundante, por otro lado, que nos acompaña al acceder a la capilla de los extranjeros de la catedral de Santiago. Al cruzar el umbral, todos somos extranjeros en el mundo que prometen, que ocultan y custodian. Este es el difícil encanto de esta obra, escrita con una erudición sólida y ligera, y cuyo acierto es el de revelar lo perenne, lo puramente humano, en las grietas de lo caducifolio.

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