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Picasso y sus amigos | Crítica

Vísperas de la nada

  • Renacimiento publica uno 'Picasso y sus amigos', importante testimonio de la bohemia parisina en el albor del XX, así como los primeros tiempos del pintor en París, en el que era pareja de la autora, Fernande Olivier, una reconocida modelo de pintura

Fernande Olivier y Pablo Picaso en París, muy a primeros del XX

Fernande Olivier y Pablo Picaso en París, muy a primeros del XX

La editorial Renacimiento recupera oportunamente un libro excepcional, no sólo por su sencillez, sino por la belleza elemental y cálida que se desprende de sus páginas. Fernande Olivier, su autora, fue modelo de numerosos pintores del entresiglo parisino (por ejemplo, Hugué y Van Dongen), pero comparece aquí, no tanto en calidad de pareja del primer Picasso, cuanto en su virtud de su protagonismo y de su valor testimonial de aquella hora primera de las vanguardias. El periodo que comprende este volumen, publicado en 1933, abarca los primeros años del siglo XX, desde 1903, en que conoce a Picasso, al funesto año catorce, cuando comienza la Gran Guerra. Esto es, el periodo en que Picasso, el joven Picasso, va de la época azul a la rosa para desembocar en la misteriosa aridez del cubismo.

el Picasso de Olivier es un joven abstraído, a veces dulce, a ratos hermético, con un acusado amor a los animales,

Probablemente, en este año conmemorativo (medio siglo ya de la muerte del pintor), la aproximación a su figura venga teñida por cierto viso personal, en el que se valore adversamente la relación de Picasso con el sexo femenino. Pero este es el ultravalor añadido el que se nos presenta, de hecho, en este Picasso y sus amigos. No solo porque venga escrito por una mujer perspicaz, generosa y ecuánime, sino porque el Picasso que de aquí se infiere es un joven abstraído, a veces dulce, a ratos hermético, con un acusado amor a los animales, y en el que la autora intuye un vago dolor, un dolor sordo e innominado, como secreto motor de su arte. Con todo, no es este Picasso juvenil, trabajador formidable, que ya se dirige hacia la línea neta del cubismo, lo que ofrece mayor interés testimonial. El mayor logro de Picasso y sus amigos quizá sea el que ya se deduce de su título; esto es, la reproducción de la vida comunitaria, la estrecha y feliz bohemia en la que viven unos personajes, de extremada pobreza, que hoy forman parte conspicua de la historia del arte (Apollinaire, Max Jacob, Matisse, Van Dogen, Rousseau el Aduanero, Marie Laurencin, Zuloaga, Hugué, Derain, Vlaminck, Modigliani, Braque, Marinetti, los hermanos Stein, el marchante Vollard...), y cuya humildísima vida, la de los pintores, me refiero, se recoge aquí con una melancólica ternura.

Ese es, sin duda, otro de los atractivos de esta evocación memorística. Pero no tanto por una previsible idealización del ayer, cuanto por la conciencia de que en aquellos días se estaba conjeturando una forma nueva del arte. Más tarde, cuando a algunos les llegue el reconocimiento, también les llegará el temor a dejar de crear como hasta entonces. De hecho, es este dirigirse hacia una madurez gloriosa, repetitiva y huera, este hallarse en vísperas de la nada, uno de los procesos íntimos que Olivier observa entre sus amigos. En tal sentido, el Picasso de Olivier será un joven obsesivo, afanado en su trabajo, y cuya inquietud creciente es la de llegar a una situación que no permita futuras evoluciones. Quiere decirse, entonces, que el Picasso proteico que conocemos es fruto de esta necesidad íntima de eludir lo irreversible (según Olivier, en Picasso había una gran preocupación por la enfermedad y la muerte), que ya se había manifestado, en toda su corpulencia, en los años juveniles.

En cualquier caso, no es el menor de los encantos de Picasso y sus amigos el conjunto de anécdotas que aquí se ofrece como una muestra de aquella forma de vivir, a un tiempo vertiginosa y ascética. El homenaje tributado a Rousseau el Aduanero, no exento de un fondo irónico, patentiza, al cambio, el inviolable candor de aquel extraordinario artista. Por similares motivos, el episodio de las estatuillas sustraídas del Louvre, en el que se vieron envueltos Apollinaire y Picasso, nos muestra a dos jóvenes aterrados ante la policía, lejos de cualquier exultación vanguardista, y a los que cierta benevolencia judicial excusó de responsabilidades -como así era- en dicho asunto. Lo cual no quita para ambos fueran interrogados, tiempo después, en 1911 (Olivier no refiere tal episodio), en relación al robo de La Gioconda en el Louvre, cuya repercusión mundial no es fácil, acaso, imaginarse hoy. Todo ese pequeño mundo de la bohemia, que entrará en erupción con la Grand Guerre, es el que aquí se sustancia, con sencillez admirable.

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