Salir a robar caballos | Crítica

Un color, un espejismo

  • Libros del Asteroide edita 'Salir a robar caballos', del noruego Per Petterson, publicada originalmente en 2003, y ahora vertida al castellano tras su 'Hombres en mi situación', publicada en la misma editorial

El escritor noruego Per Petterson (Oslo, 1952)

El escritor noruego Per Petterson (Oslo, 1952)

Es fácil deducir, en el arte hiperbóreo, un distinto concepto de familia al que se baraja, sumariamente, en el sur de Europa. El viejo distingo entre el sur católico y el norte protestante (distingo que, en la Europa meridional, ofrece una versión del mundo menos solitaria e introspectiva), no puede olvidar, sin embargo, la aspereza del clima, la naturaleza inhóspita y la acendrada soledad que procuran aquellos parajes nevados que aquí retrata Petterson. Hay, sin embargo, en Petterson, una calidez, una cordialidad de fondo (con la excepción del sucinto retrato de la madre del protagonista) que obran contra el consabido despojamiento antes mencionado. A lo cual se añadiría otra cuestión, que parece ser el fundamento último de la novela: la función unitiva de la memoria, como constructora, y acaso destructora, del individuo.

El narrador de Petterson cree en la capacidad de recobrarse -de excursionar al pasado- mediante la memoria

Uno de los talentos de Petterson es, pues, este de escandir los recuerdos del protagonista, para que el lector vaya construyendo su figura al tiempo en que lo hace el propio personaje. Un personaje que cree en esta capacidad de recobrarse -de excursionar al pasado- mediante la memoria, y cuya función cohesiva actúa en paralelo a la luz del crepúsculo, donde todo parece inmergirse y flotar en un único y postrer sentido. A este respecto, Salir a robar caballos es el fruto de esta construcción memorística, donde el protagonista, casi anciano, recuerda su niñez, a veces traumática, a veces alegre, y el modo en que los hombres son el eco, la percusión deforme de otras vidas. En cualquier caso caso, el protagonista no ignora que dicha función cohesiva bien pudiera ser -como el color de la tarde- un espejismo.

Por otro lado, esta reconstrucción fragmentaria del personaje, apoyada en el blanco de la nieve, es tan púdica como esperanzada y manifiestamente parcial. Esperanzada porque la memoria actúa aquí como aglutinante fiable e imperecedero. Y púdica y parcial, puesto que la eficacia de Salir a robar caballos reside en cuanto sabemos que el personaje calla. De ese silencio manifiesto emerge un cúmulo de soledades en cuyo centro se halla el protagonista, que si bien recuerda con emoción, omite con no menor destreza. En ese paradójico misterio -aquel que enuncia y escoge solo una parte del ayer- reside la nebulosa e incómoda pericia de Per Petterson.

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